Una habitación a oscuras.
La tenue luz que intenta entrar tras las cortinas no llega a iluminar la estancia.
A duras penas se distinguen las siluetas, pero allí están.
La mesilla de noche.
La cómoda.
La cama.
En la cama dos personas.
Una dormida profundamente.
La otra se incorpora y se sienta al borde del colchón con cuidado de no despertar al durmiente.
Su pareja.
Aunque no tuviera cuidado no se despertaría.
Los hombres y su sueño pesado.
Pero ella lo hace despacio.
Con cautela.
Tiene miedo.
Tiene terror.
Tiene pánico.
Y permanece sentada largo tiempo.
No puede dormir
Vuelve a pensar demasiado.
Y esto la desvela, se siente inquieta.
Lo más seguro es que haya tenido una pesadilla, pero no se acuerda.
Sólo la sensación de desasosiego y malestar perdura en su cuerpo, en su mente.
Y piensa.
A pesar de oír la serena respiración de su pareja
A pesar de saber que está allí con ella.
A pesar de dormir en la misma cama.
Se siente sola.
Quizá en otra época le hubiera despertado.
Para decirle que había tenido una pesadilla o simplemente lo hubiera abrazado para reconfortar con su presencia el miedo alojado en su corazón.
Pero ahora no.
Ahora él no la reconforta.
Demasiadas tensiones durante el día.
Demasiadas situaciones en las que no se sentía valorada.
Demasiadas muestras de desamor.
Quizás simples pequeñeces del día a día.
Pero todas esas pequeñas cosas se le acumulan en las paredes de su corazón.
La elimina como mujer y como persona.
Y le duele.
Tiene miedo de ponerse falda.
Tiene miedo de salir con sus amigas.
Tiene miedo de no hacerle la comida que quiere.
Esta tan dolida con él.
Que ya no quería despertarlo por no ser rechazada, por no tratarla como una tonta.
¿despertarse por un mal sueño y recibir una contestación hiriente?
No gracias ya pasará.
El tiempo lo cura todo.
Cura los moratones.
Cura los ojos hinchados.
Cura los dedos marcados en sus muñecas.
No solo cura lo físico.
Cura hasta un corazón roto.
A veces piensa que debería de haberlo denunciado.
Pero no se atreve.
Como muchas otras mujeres, piensa que una simple orden de alejamiento no haría más que multiplicar su ira directamente proporcional a los metros de distancia.
Se levanta de la cama con prudencia.
Aún como si fuera a despertarse.
No quiere oír sus insultos.
No quiere que la vuelva a llamar zorra.
No quiere que la siga maltratando.
Dirige sus pasos hacia la ventana.
Un destello de maldad se implanta en su cerebro dando lugar a una retorcida idea.
No es consciente de su depresión y es capaz de cualquier cosa.
En su avance sin previo aviso.
Un dolor punzante atraviesa su cabeza desde la frente hasta la nuca haciéndola tambalear, pero logra alcanzar la pared más cercana antes de perder la estabilidad por completo, evitando caer al suelo.
un sudor frío recorre todo su cuerpo y en su interior todo arde.
Mientras su agudo suplicio persiste.
Unas garras heladas le arañan por dentro, como queriendo salir al exterior.
Destrozando sus entrañas.
Destrozando su pecho.
Destrozando la delgada línea entre el bien y el mal.
Es el demonio que él ha estado criando.
Son los cuervos que le sacaran los ojos.
Es la ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente.
Una venganza que se esta vertiendo en un vaso para tomar fría.
Debía impedir que ese recóndito pensamiento saturado de ira, llegará a invadir la profundidad de su ser.
El dolor la embestía con bruscas sacudidas en su afán por lograr que no escapara.
Ese demonio la estaba poseyendo.
Solo pensaba en hacerle daño.
Que tomara un poco de la medicina que ella consumía todos los días.
Quería verlo llorar.
Quería verlo sufrir.
Quería verlo morir.
Como él le hacía en el día a día.
Se encaramo a la ventana para proceder a su trágica venganza.
Justo en ese momento.
Oyó en la habitación contigua la voz de un pequeño que balbuceaba en medio de un sueño.
Una sonrisa ilumino su cara.
Era por lo único que aún vivía en esa casa.
Era por lo único por lo que aun dormía en esa cama.
Era por lo único que aún tenía ganas de levantarse por la mañana.
Algo se precipitó con violencia hacia el cristal atravesándolo.
Un sonido sordo marcó el final de su agonía, al llegar al suelo.
El hombre se despertó por el estruendo.
Ella no estaba a su lado.
La cara del hombre palideció.
Un sentimiento de pena le invadió y pensó lo peor.
Rompió a llorar.
Empezó a sufrir.
Sintió morir.
Pensando la estampa que se encontraría seis pisos más abajo, al asomarse por la abertura destrozada.
Una mueca de extrañeza, se dibujó en su cara al ver lo que yacía en la dura tierra.
Era el vestidor de su habitación.
No había ningún cuerpo.
Entonces noto dos manos sobre su espalda.
No pudo más que cerrar los ojos.
Ahora si, en el suelo yacía el cuerpo ensangrentado del hombre.
El hombre nunca hubiera llorado su pérdida, de no ser por su supuesta muerte.
Ella había cambiado el guión.
Ese guión de todos los días en las noticias.
“mata a su mujer y sus hijos y luego… se suicida”
Simplemente, el decidió suicidarse antes.
Esa sería su versión.
A. MIRALLES.
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