LA GITANA



A través de los empañados cristales de la cafetería María contemplaba a la gitana.
Los relámpagos disiparon la oscuridad. 
Por unas breves fracciones de segundo, rostro de la mujer, era joven de tez oscura, muy guapa.
Sus cabellos eran oscuros y sujetos por un pañuelo rojo, llevaba pómulos y cejas exageradamente pintados lo cual resaltaba con sus grandes y claros ojos.
Grandes pendientes y ostentosos anillos mezclándose con varios tatuajes en los dedos.
Cubierta por un vestido largo hasta los tobillos.
De repente, por encima de los truenos, oyó la voz de Ángel que la miraba de una forma un tanto extraña.
—¿te pasa algo?, —le pregunto Ángel—.
María tardó unos segundos en reaccionar.
—Esa mujer me pone los pelos de punta, —contesto María—.
Ángel volvió la cabeza para mirar a través de los empañados cristales.
—¿quién?, ¿la gitana?, —pregunto Ángel—.
María asintió con un ligero movimiento de cabeza.
Sus ojos se detuvieron una vez más en la gitana, quien a su vez la estaba mirando desde la acera de enfrente, con una mirada penetrante, sin pestañear, sin inmutarse por la tormenta.
María asustada desvió la mirada.
—No me preguntes la razón, porque ni yo misma lo sé, pero lo cierto es que desde bien pequeña esa clase de gente me aterroriza, me causan mucho respeto, —dijo María—.
—No son más que unos farsantes, —le dijo Ángel—, ¿crees realmente que esa gente puede predecir tu futuro?
María permaneció callada, el silencio la delato.
—¡no me lo puedo creer!, en serio crees en esas tonterías?, —le pregunto Ángel—.
—No es una cuestión de creer o no creer, —dijo María—, es más cuestión de respeto y miedo.
María impresionada vio como Ángel salía de la cafetería y cruzaba la calle.
¿pero esta tonto?, ¿no será capaz?, pensó María mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo.
Ángel le estaba haciendo aspavientos con las manos desde el otro lado de la calle.
María salió a la puerta de cafetería siguiendo las indicaciones de Ángel.
Un trueno estremecedor acompañado de un gran relámpago ilumino todo el cielo en medio de la noche.
—soló hay una forma de superar el miedo que tienes, —le dijo Ángel—, vamos a comprobar si adivinan el futuro estas personas.
Ya delante de la gitana esta le pregunto.
— pregunta lo que deseas saber sobre tu futuro más inmediato, —le dijo la gitana son peculiar acento—, dame tu mano.
María trago saliva y extendió su mano fijándose en la mirada en la gitana, desde cerca no parecía tan anciana como intuía, pero la expresión de su rostro la perturbó, sus manos estaban calientes pese al mal tiempo y la tormenta.
María tuvo la sensación de que no debía preguntar, pero pensó que todo eran mentiras y lo quiso comprobar.
—¿quiero saber cómo y cuándo voy a encontrar la muerte, —pregunto María—.
El rostro de la gitana se transformó, agacho las cejas en señal de desaprobación.
—Hay cosas que es mejor no saber, —contesto la gitana—.
 —será cierto lo que dicen de vosotras, que no sois más que unas falsas embusteras, —dijo María con todo enfadado—.
La gitana visiblemente molesta con aquel comentario bajo la cabeza en busca de la mano de la muchacha.
Transcurrieron cerca de dos minutos antes de que la gitana rompiera aquel inquietante silencio que se había creado por la situación.
—¿está segura?, ¿quieres conocer la respuesta a tu pregunta?, —pregunto la gitana—.
Marta no estaba del todo convencida, pero no lo demostró y asintió con la cabeza.
—Esta misma noche morirás en un desafortunado accidente con un coche, —dijo la gitana—.
El corazón de María empezó a bombear fuertemente y cara empezó a palidecer.
Retiro la mano con gesto vacilante se echó a correr calle abajo.
Ángel salió tras ella.
Dos calles más abajo, consiguió darle alcance.
—¡María por favor!, ¿no te creerás esas tonterías?, —le dijo Ángel intentando calmarla—, esa zorra solo ha querido meterte miedo, vives aquí al lado, es imposible que vayas a morir en un accidente de coche.
María se empezó a tranquilizar, empezó a pensar y razonar.
—Tienes razón, es imposible tener un accidente de tráfico estando dentro de mi casa, —le contesto María—.
Esa misma frase se la continúo repitiendo mentalmente hasta llegar a su portal.
Se despidió de Ángel y entro en el portal de su edificio.
Aunque vivía en un quinto piso opto por tomar la escalera.
“No puedo morir en un accidente de tráfico estando en mi propia casa”, continúo repitiéndose, esta vez en voz alta.
Poseída por un terror infinitamente superior a sus fuerzas.
Su piso estaba vacío, su ex marido se había llevado a su hijo a pasar el fin de semana
Se quitó la ropa abrió el agua caliente de la ducha y se metió en ella intentando relajarse.
Después del baño se puso el pijama, ese de tacto áspero que tanto odiaba su ex-marido.
Sin otra obsesión que la de que se hiciera un nuevo día se echó a la cama, cerró los ojos, era evidente que quería borrar de su mente el recuerdo de la gitana.
“No puedo morir de un accidente de tráfico estando en mi propia casa”.
Con ese pensamiento se quedó completamente dormida.
A mitad de noche oyó un ruido, se incorporó de la cama exaltada.
Vio como la puerta del balcón se había abierto de forma violenta a causa de un viento huracanado, como consecuencia de la tormenta de horas antes.
Exhalo un suspiro de tranquilidad, se levantó de la cama y fue camino del balcón para volver a cerrar la puerta y asegurarla con el pestillo.
Cuando llegó a la altura de la puerta, sus pies descalzos resbalaron con un coche a control remoto que le había regalado a su hijo por su segundo cumpleaños, perdió el equilibrio y despavorida intenta aferrarse a la barandilla metálica del balcón, pero sus manos todavía adormecidas no consiguieron agarrarse y resbalaron.
 Lo único que pudo hacer María fue cerrar los ojos y lanzar un grito de terror, mientras su cuerpo cayó al vacío desde la altura de un quinto.
La gitana lo había dejado claro su mensaje.
Morirás esta noche a causa de un desafortunado accidente con un coche.

A.MIRALLES.

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