La lluvia golpeaba fuertemente contra la luna del coche, el parabrisas no daba abasto para apartar el agua, el tráfico era muy intenso, era un día realmente desapacible, como el guión de una película de terror.
Recuerdo en el pueblo de mis padres, días como el de hoy, allá en las montañas donde las tormentas se acentúan.
Días en los que me encerraba en mi cuarto y al oído de los truenos me escondía debajo de mi cama asustado, solo hablando con mi amigo invisible me tranquilizaba, el me susurraba, “eres el elegido, hoy es el día”
De pronto sonó el teléfono y active manos libres del vehículo.
Era mi mujer, me recordaba que antes volver a casa pasara por la tintorería, tenía que recoger un traje y un vestido.
¡mierda no me acordaba!
Así que di media vuelta y me dirigí a la tintorería.
El tiempo me había puesto dolor de cabeza, llevaba un día de perros.
Encendí la radio intentando distraerme un poco.
El locutor de la emisora, una de esas radicales, religiosas que parecen apocalípticas, repetía insistentemente.
¡hoy es el día!, ¡hoy es el día!, ¡eres el elegido!
¿Qué coño dice ese tío?, me dije para mí mismo.
Parece que me ha leído el pensamiento.
Apague la radio.
Conseguí aparcar en la parte trasera de la tienda.
Entre en la tienda y sobre el mostrador había un cartel que decía, “llamar al timbre para ser atendido, gracias”.
Llame y apareció la dependienta, una chica de pequeña estatura de un aspecto rechoncho. Le entregue el resguardo de mi pedido, me dijo que esperara unos instantes y se metió en la trastienda.
Instintivamente volví mi vista a uno de los edificios colindantes, donde un enorme cartel publicitario ponía en grandes letras.
¡Hoy es el día!
¡eres el elegido!
Me quedé fijamente mirándolo, sentí una extraña sensación, escalofriante, casi hipnótica.
Esas frases se repetían con una casualidad extraña durante todo el día.
¿pero qué coño le pasa a todo el mundo?, ¿es esto alguna clase de broma?, ¿o me están haciendo algún tipo de experimento psicológico?
El viento mezclado con el agua golpeaba con furia las cristaleras de la tienda.
La dependienta tardaba mucho en salir y yo me empecé a impacientar.
Hice sonar el timbre varias veces, para llamar su atención, pero no acudió nadie.
—¡por favor tengo algo de prisa!, —dije alzando la voz—.
Seguí sin obtener respuesta.
Una puerta que se hallaba detrás del mostrador, en un lateral, estaba entreabierta.
Viendo que mis llamadas no tenían éxito, me acerque hacia ella.
—¡oiga disculpe!, ¡oiga señorita!, —repetí varias veces—.
Al volver la hoja de la puerta de forma cuidadosa, mi sangre se heló en décimas de segundo, mi corazón se aceleró hasta límites insospechados, al ver la imagen que allí estaba aconteciendo.
Un ser ennegrecido, con ropajes desgarrados flotaba en el aire sosteniendo aquella muchacha, junto a una esquina, cerca del techo.
Mis ojos se abrieron por completo, provocado por aquello que tenía delante.
Camine hacia atrás, intentando no hacer ruido, sin saber qué hacer.
¡dios mío!, pensé.
En mi cobarde retirada golpee una canasta con ropa que había al lado de la puerta, aquella cosa tomo consciencia de que yo estaba allí y se giró de forma brusca hacia donde yo me encontraba.
Dejo a la chica en el suelo y en un segundo estuvo frente a mí.
Pude ver de primera mano sus cuencas vacías y la boca con una mandíbula desproporcionada, igual que una iguana, desprendía un hedor que impedía respirar.
Abriendo sus fauces emitió un sonido estremecedor que penetro mi cerebro hasta lo más profundo.
Acto seguido ceso el ruido y me susurro, hoy es el día y eres el elegido.
Poniendo mis manos en los oídos comencé a gritar con todas mis fuerzas.
Creía que iba a perder el conocimiento.
No percibí cuanto duro aquello.
Me desperté cuando alguien me sacudía la cara y con una voz femenina me decía.
—¿está usted bien?, ¿señor se encuentra bien?, ¿quiere que llame a una ambulancia?, —repetía la voz—.
Abrí mis ojos.
Y a la dependienta estaba intentando tranquilizarme, horrorizado me incorpore.
No podría explicar mi desconcierto al ver que la muchacha se encontrara en perfecto estado.
¿qué había pasado?, no conseguía entenderlo.
La dependienta insistió en que podía llamar a un médico, pero yo soló quería desaparecer.
Me levanté, cogí mis trajes y salí como alma que lleva el diablo hacia mi coche.
Agarrado el volante me dieron unas irremediables ganas de echarme a llorar.
Por fin llegue a mi casa, vomite justo en la entrada de la vivienda y tras meter mi coche en el garaje entre en la casa.
Mi mirada frente al espejo era vacía inexpresiva.
Subí las escaleras para dirigirme a mi dormitorio y cambiarme de ropa.
Abrí el armario y todo me pareció extraño, no reconocía nada, aquella ropa no la sentía mía.
Mire la fotografía de unos niños que había sobre el tocador, pero me resultaban dos extraños.
Qué extraño y desconcertante me parecía.
Un olor a comida subía desde la cocina.
Las voces de unos niños se escucharon por toda la casa.
Pero no conseguía relacionar nada del lugar.
Me estaba volviendo loco.
Aquel maldito dolor de cabeza.
Baje a la cocina, allí había una estampa familiar.
Mire a los niños que estaban en la mesa de la cocina jugando, mirándome con cara de asombro.
—He tenido un día horroroso, —le dije a mi mujer que estaba de espaldas—. Llevo todo el día con dolor de cabeza y me han pasado unas cosas extrañísimas.
Cuando se volvió pensé morirme.
Aquella no era mi mujer, su cara era la de aquel ser ennegrecido con grandes fauces.
Comenzó a gritarme.
¡eres el elegido!, ¡hoy es el día!
Repetía continuamente.
Tomé la cara de aquel ser y le repetí cállate cállate cállate.
Una y otra vez.
Hasta que dejó de oírse.
El dolor en mi cabeza no me dejaba pensar.
Cuando reaccione, sostenía en mis manos lo que se suponía era la cara de mi mujer ya que había quedado destrozada y difícil de reconocer.
Al parecer en ese momento de histeria la había golpeado brutalmente varias veces contra la encimera.
Me quede inmóvil y cubierto de sangre.
Los niños entonces salieron corriendo.
—¿recuerdas que les pasó a los niños Jesús?, —me dijo una voz masculina—¿recuerdas como los mataste?
—No doctor, no recuerdo nada, ¡pero yo no los mate!, salieron corriendo, —conteste—.
—No Jesús, tú los mataste, no era tu casa, era la casa de tus vecinos, —dijo el doctor—. aparecieron muertos, sus cuerpos fueron encontrados sentados en la escalera, decapitados, y su madre troceada en la bañera.
—No lo recuerdo, —contesté—, Soy incapaz de hacerle daño a nadie.
—¿tampoco recuerdas que mataste a la dependienta?, —continúo hablando el doctor—, la encontraron en el maletero de tu coche.
—¿puede salir un momento al lavabo?, —le pedí al doctor—, por favor.
Entre al lavabo mientras uno de los guardias se quedaba en la puerta.
Me miré en el espejo, observando mis ojos casi cubiertos de lágrimas.
Casi no podía aguantarme las carcajadas, tuve que hacer un gran esfuerzo para que el psiquiatra no captará mi alegría.
—Una vez más se ha cumplido, has hecho lo correcto querido Jesús, —dijo el ser con una voz burlona apareciendo detrás de mi frente al espejo—. Era el día y eres el elegido.
—si maldito diablo, —conteste—, jajaja, que sensación más intensa.
—yo no soy un diablo, solo soy un guía querido amigo, el diablo eres tú, —dijo el ser—.
—jejeje, es verdad, soy un dios, jajaja, —le conteste—.
Cerré los ojos con fuerza y en mi cabeza solo recordaba el dulce aroma de la sangre, el crujir de los huesos y la sensación de la carne al desgarrarse.
Inspiré profundamente y me dije, “hoy es el día, soy el elegido”.
—Vamos Jesús, —susurro esa voz en mi cabeza—, tenemos trabajo que hacer, jajaja, es el día.
0 comentarios:
Publicar un comentario