María y yo íbamos a pasar cuatro días a un pueblecito de la montaña, no sabía ni como se llamaba el lugar, ella lo contrato por medio de algún conocido del trabajo y yo no me había preocupado de nada.
En el coche no entraba ni un alfiler, en vez de vacaciones parecía estábamos de mudanza, entre cargar y descargar necesitare un día para recuperar, pensé.
¡María, cojones que no nos vamos a vivir allí!, pensé, pero no se lo dije ya que aún era patente la bronca que tuvimos anoche.
Siempre discutíamos por lo mismo, nos precedían 2 años de novios y 5 años de casados, para María tiempo más que suficiente de tener una familia.
¿familia?
¿Acaso no lo somos ya?
¿hace falta tener críos para serlo?
Yo siempre le decía que necesitaba tiempo, aunque la verdad es que no quería esa enorme carga.
¡Cómo vamos a tener hijos si no tenemos ni mascotas porque es una responsabilidad!, ¡si hasta las plantas se nos mueren!, ¡joder! pensé.
No tenía valor de decirle la verdad por miedo a que me dejara, aunque ella ya empezaba a insinuarlo, cada vez más a menudo.
Durante más de dos horas de viaje nuestra conversación se limitó a monosílabos.
Yo ejercía de magnifico copiloto con mapa en mano mientras María conducía.
Cada vez había más distancia entre poblaciones y el lugar se transformaba arisco y tenebroso.
¿pero dónde coño vamos?
¿al puto fin del mundo?
María me dirigió una mirada que casi me fulmino, debió pensar que encima de ocuparse de todo no le tocara los cojones.
El trayecto fue siendo un bálsamo para que nuestra comunicación fuera volviendo a su ser, evidentemente obviando totalmente el tema tabú.
Cuando llegamos a nuestro destino me pareció que el mundo se me caía encima.
¡vaya mierda de pueblo!, si se le puede llamar pueblo.
Había poco más de media docena de cochambrosas casas, parecían abandonadas, todo rodeado de una amplia vegetación.
En medio de lo que se podía decir era la plaza, había un caserón de tres alturas en el cual colgaba un cartel que decía: “la posada del paraíso”
Mecaguen la puta el paraíso, esta gente no tiene ni idea lo que es el un paraíso, pensé.
Ese caserón hacía las veces de posada, bar, tienda, ayuntamiento y quien sabe de qué más.
Por no haber no había ni asfalto, las calles aun eran de tierra.
Una de las salidas llevaba a una pequeña iglesia, como las que suele haber en los pueblos, detrás de esta un pequeño cementerio.
Eso sí, tranquilidad toda del mundo y en plena naturaleza.
Quizás eso es lo que necesitábamos para que nuestra relación se oxigenara y cogiera impulso nuevamente.
Al entrar nada me sorprendió, era igual de deprimente de lo que insinuaba desde fuera.
—¿pero dónde está la gente?, —le dije a María—, no he visto a nadie desde que hemos llegado.
En la esquina de lo que parecía una hibridación entre bar y recepción de hotel había una silueta de una niña.
Iba descalza, solo vestida con un camisón blanco, bueno blanco seria en sus inicios llevaba un poco de mierda encima, sus pelos alborotados y enredados.
Jugaba con una muñeca totalmente desnuda y mutilada en su mayoría, con la misma suciedad que ella.
María se acercó con ese instinto que le invadía desde hace un tiempo, ese instinto maternal.
—¿hola pequeña como te llamas?, —le dijo María con tono suave y cariñoso—.
La niña soltó un gruñido y levanto la cabeza, enseñándole los dientes y con ojos de rabia.
Una voz se oyó detrás del mostrador.
—¡Carla, ven aquí!, —dijo el personaje que apareció—, estos niños, como son.
Me imagino que son María y Fernando, yo soy Sebastián dueño de la posada del paraíso, no les esperaba tan pronto, pero tengo su suite preparada.
Jajaja, ¿suite?, no me jodas, este estúpido pueblerino ni sabrá qué es eso, pensé.
—por favor firmen aquí su entrada, y los acompañare, —dijo Sebastián—.
—No he visto a nadie desde que llegamos, ¿no hay nadie más por aquí?, —le dije—, esto parece un puto cementerio.
María me dio un codazo, se sintió avergonzada.
—en estas fechas solo estamos unos pocos en el pueblo y forasteros para este puente están ustedes y una pareja de franceses que vinieron ayer, aunque los verán poco, salen muy pronto y vuelven ya tarde, les gusta realizar rutas y esta zona es única si lo que desean es eso, —apunto Sebastián—, mañana llega otro huésped, es un cliente habitual, suele venir un par de veces al año, es escritor, se lo presentare.
Sebastián era un hombre corpulento, con voz ronca y penetrante, más parecía un oso que un hombre, era extraño algo intrigante.
Nos acompañó al segundo piso y en un externo estaba nuestra habitación.
—si les apetece y siendo los únicos huéspedes si lo desean pueden acompañarnos a mi mujer y a mí en la cena, —dijo Sebastián—, seguro que les gusta la comida de esta zona, mientras pueden darse una ducha, estarán cansados del viaje, el baño al fondo del pasillo y tengo que decirles que es comunitario, pero nadie entrara a verlos desnudos, jajaja.
Pero este tío de que va, baboso de mierda, pensé.
Ya me había dado cuenta como miraba a mi mujer, desde que entramos no dejo de mirarle las tetas, debería estar acostumbrado ya que María solía provocar esa reacción en el sexo masculino incluso en el femenino también, pero ese gilipollas, no se no me daba buena espina.
Sebastián nos abrió la puerta de la suite, y bueno, no estaba tan mal como me la imaginaba después de lo visto hasta ahora.
Muy rustica para mi gusto, pero limpia y con lo justo para dormir y dejar nuestras cosas.
Había un armario grande, tenía pinta de pesar una tonelada, una cama del mismo estilo que el armario y un ventanal enorme, pero dudo que ni se pudiera abrir.
La decoración extra ya era otra cosa, un cuadro de hace 100 años con un señor pintado en blanco y negro que parecía nos observaba, una lampara de mesita de las de las brujas del tarot y un crucifijo de medio metro encima de la cama, ¡joder eso si que era un anticonceptivo eficaz!
—¡ostias!, aquí se te va toda la lívido de un plumazo, —dije en voz alta sin querer—.
—en esa cama nací yo, —dijo Sebastián—.
Me miro que si pudiera me desintegraba, se dio media vuelta y se fue.
—venga gruñón que no esta tan mal, —dijo María—.
¡joder no esta tan mal!, que parte se ha perdido, la de que estamos en un puto pueblo fantasma en medio de la nada, que tenemos que compartir baño con desconocidos y encima no me he traído chancletas o la de que por no tener no vamos a tener ni sexo con eso encima de la cama.
María se fue a dar una ducha mientras yo terminaba de subir lo que quedaba de la mini mudanza.
Cuando recogía el último viaje del coche me pareció que me observaban desde una de las ventanas de la casa más cercana, incluso vi con el rabillo del ojo como se movían las cortinas.
Putos locos, no quiero ni imaginarme como serán, de echo prefiero no conocerlos.
Como María no había terminado de ducharse decidí ir a dar un paseo para desconectar un poco y ver un poco más del pequeño purgatorio en la tierra.
Fui camino la iglesia, no sé bien porque, pero algo me atraía allí.
Antes de llegar vi una pequeña choza a la derecha del camino, estaba medio derrumbada pero unas pintadas en su fachada llamaron mi atención.
¡VETE!, ¡NO TE QUEDES!, ¡OTAN RESIDE AQUÍ!
Un escalofrió entro por mi cuerpo, que cojones es eso.
¿OTAN?, Organización del Tratado del Atlántico Norte, que coño tiene que ver una organización militar y política en este pueblo.
Volví tan rápido como pude a la posada, como si el mismísimo diablo se me hubiera aparecido.
Cuando entre encontré a María hablando con una mujer, tomando un café en una mesita.
—ven cariño, te voy a presentar a Barbara, es la mujer de Sebastián, —me dijo María—.
—encantada Fernando, —dijo Barbara—.
—igualmente le conteste—.
Barbara era más joven que Sebastián, incluso parecía agradable, sospechosamente agradable.
—¿Qué te ha pasado?, —pregunto María—, parece que hubieras visto un fantasma.
—he visto unas pintadas en la entrada del pueblo que me han preocupado un poco, —les dije—.
Jajaja, se rio Barbara.
—eso solo son chiquilladas, las hicieron los del pueblo de al lado, ya sabes rivalidades comarcales, —dijo Barbara muy segura—.
—anda ves a ducharte, que lo necesitas y cámbiate para la cena, —me ordeno María—.
Sumiso y obediente así lo hice.
Me vendrá bien una ducha e intentar dejar mi mente en blanco durante un rato.
En mitad de la ducha y cuando más relajado estaba se apagó la luz.
¡mierda!, mecaguen la puta ahora se apaga la puta luz.
Como pude y a tentones alcance la toalla y medio seque, seguí buscando hasta encontrar el interruptor y lo accione.
En el espejo del baño y por la acción del vaho aparecieron unas letras, ¡vete!, OTAN reside aquí.
¿pero qué cojones?, hasta aquí no pueden haber llegado las chiquilladas, esto tiene que ser una broma de mal gusto, como yo se lo hacía a mi hermana cuando era pequeña para acojonarla.
Termine de secarme y marche para la habitación.
Me cambie y baje a cenar.
Los franceses no aparecieron, pero entre la comida que no defraudo y un magnifico vino con el que nos obsequió Sebastián ni repare en ellos.
Lo pasamos como hacía mucho, perdiendo la noción del tiempo entre risas y charloteo.
El canto de un pájaro y un rayo de luz sobre mi cara me despertó.
¡ostias!, que dolor de cabeza, puto vino.
Cuando mis ojos se acostumbraron a mi nueva dimensión vi a maría a mi lado que me miraba con unos ojos como hace años no tenía.
Satisfacción, plenitud, alegría, desahogo, todo eso reflejaba su mirada.
—Buenos días tigre, —me dijo susurrando—, lo de anoche estuvo genial, increíble, salvaje, más que cuando éramos novios.
¿tigre?, ¿salvaje?, ¡mierda!, no me acuerdo de nada, pero me ha llamado tigre, seguro que estuvo genial.
Después de desayunar nos fuimos al campo santo detrás de la iglesia, Barbara se lo había recomendado a María porque las fotografías que podría hacer allí encajaban con el proyecto que estaba realizando para la revista en la que trabajaba.
Un lugar muy especial, le dijo Barbara concretamente.
María estuvo más de dos horas haciendo fotos como si de un japonés poseído se tratara.
La estaba gozando.
Me pareció ver una sombra que nos espiaba, al lado de una lápida, detrás de un árbol.
Se lo dije a María y le hizo varias fotos, pero cuando miramos las fotos en la cámara digital no se distinguía nada, entre el resplandor del sol y un mal enfoque, nada.
Nos acercamos hasta allí, la figura ya no estaba, pero un escalofrió recorrió mi cuerpo.
En la lápida pintado en rojo se leía, OTAN.
Mierda otra vez esas iniciales, que cojones serán.
Volvimos a la posada y entrando Sebastián y Barbara parecía nos esperaban.
—¿ha sido la visita de su gusto?, ¿han hecho muchas fotos?, —dijo Sebastián con un tono como si supiera que algo nos sucedió allí.
—si mucho, —contesto María—, unas fotos fantásticas.
—es un sitio macabro, quien cojones recomienda una visita a un cementerio, —dije cabreado—.
María me dio un codazo.
—allí está enterrada toda mi familia —contesto Sebastián—, mi padre era el enterrador.
¡joder este tío tiene recuerdos en todos sitios, a cuál más penoso!, pensé.
El resto del día paso más o menos normal, de relax y tranquilidad, María estaba especialmente cariñosa.
A la hora de la cena los anfitriones nos presentaron a Manuel, el escritor que había llegado ese mismo día.
Era un hombre de edad avanzada, culto y reservado, era escritor de relatos de terror y solía venir dos veces por año a inspirarse.
Joder, este lugar inspira a ese tema, ya lo creo, pensé.
Intente beber un poco menos para poder disfrutar de ese tigre que decía mi mujer, pero fue imposible, no recuerdo llegar a la habitación.
Me desperté como cuatro horas después, no llevaba pantalones, ¿no recuerdo quitármelos?, a mi lado estaba María totalmente desnuda y dormida.
Un resplandor que entraba por el ventanal atrajo mi atención.
¿Qué coño?, había una luz en la iglesia, pero estaba medio destruida cuando la vimos por el día, algo me empujaba a ir para ver de qué se trataba.
Me puse un pantalón y Salí camino de la iglesia.
Conforme me acercaba una sensación de miedo me envolvía, al entrar lo primero que vi fue un dibujo en medio de la iglesia, parecía un pentagrama, en medio se leía OTAN.
Detrás del altar, como un animal asustado estaba Carla, parecía un ovillo y sus pelos grasientos y sucios cubrían su rostro.
Levanto la cabeza y me dijo, Ordo Templi Ángelus Nigra.
¿Ordo Templi Ángelus Nigra?, ¡qué coño dice esta niña!
¡joder!, las iniciales, OTAN, orden del templo ángel negro, ¿no me jodas una secta aquí en este puto pueblo?, pensé.
—no te dejaran marchar, —dijo Carla—.
De repente me desmaye y me volvía despertar en la habitación de nuevo sin pantalones.
Pero que mierda de paranoia es esta, a mi lado no estaba María, me levante a mirar por el ventanal y la vi caminando desnuda hacia la iglesia, intente gritarle y golpear la ventana, pero nada.
Fui hacia la puerta, pero no se habría, por más que lo intentaba, sudaba como un cerdo y me estaba agobiando mucho.
Me volví a desmayar, cuando abrí los ojos estaba María mirando me.
—estas aquí, —le dije—.
—pues claro, donde quieres que este, —me contesto—.
—he tenido una pesadilla horrible, —le dije—, no podía salir de la habitación y tu.
María se levantó y fue hasta la puerta, con un leve movimiento abrió y cerró la puerta un par de veces.
Se volvió con una sonrisa y dijo.
—pobrecito ha tenido una pesadilla, has estado toda la noche moviéndote y pegándome patadas, mira—.
Se levanto la camiseta que le llegaba hasta la cintura y unos enormes moratones brotaban de su cuerpo, además pude ver lo que parecían unos dedos ambos lados de las piernas.
—¡no me jodas!, ¿eso te lo hecho yo?, —conteste—.
El día paso tranquilo, paseando y tomando fotos de los alrededores, aunque yo no podía quitarme de la cabeza las preguntas que me abordaban.
¿Qué clase de secta es OTAN?, ¿Cómo que no me dejaran marchar?, ¿Por qué yo estoy tan agobiado y María está encantada?
Cuando llego la noche nos volvimos a juntar todos a cenar, yo decidí no beber, tenia que saber que coño pasaba, aunque insistieron yo me negué y no era porque no tuviera ganas de cogerme una del quince y olvidarme de todo.
María y yo nos fuimos a la habitación y nos acostamos, yo me hice el dormido y como a las dos horas empecé a oír ruidos en el pasillo.
María estaba dormida a mi lado, me levanté y fui a la puerta dispuesto averiguar que era.
Solo pude abrí la puerta un poco, lo siguiente que note fue un golpetazo que me dejo cao.
Cuando desperté estaba desnudo atado de pies y manos en forma de cruz, rodeado por un grupo de encapuchados vestidos con túnicas rojas a los que no les veía las caras, tarareando una canción que no conocía.
Se apartaron levemente y pude ver a María encima del altar totalmente desnuda, a la derecha dos cuerpos colgaban boca abajo todavía sangrando, esta caía en unos baldes, supuse que eran los famosos franceses, utilizaban sus cuerpos para el ritual.
Una voz irrumpió esos cantos ilegibles.
Era Sebastián vestido con esa túnica, pero sin capuchón.
—creo que en la situación en la que esta no seria inteligente hacer ninguna tontería, —me dijo—.
Le voy a explicar un poco lo que va a presenciar. ahora me voy a follar a su mujer y después todos estos, usted solo disfrute de ritual, jajaja. después será concebido el mesías que hará que el mundo se desmorone, se convierta en un caos, en la destrucción, para que así prepare el camino de la llegada de nuestro Ángel Negro rey de las tinieblas y nos libere a todos de este mundo.
—¡hijo de puta!, ¡malditos dementes pueblerinos!, ¡estáis todos locos, pervertidos!, —grite—.
Una patada en la boca de uno de ellos irrumpió mis blasfemas.
—señor Fernando tiene que entender que su mujer está aquí voluntariamente, se ha prestado a ser la elegida, —dijo Sebastián—.
—malnacido, te voy a…—otra patada me dejo inconsciente—.
Lentamente abrí los ojos, ya no había nadie allí, parece que el ritual había terminado y gracias a dios no lo había tenido que presenciar, pero María pobre, ¿dónde está?, ¿tengo que ir por ella?
Como un animal salvaje, Carla salto encima de mí, mantenía en la mano un cuchillo ensangrentado y su mirada me daba pavor.
Levanto el cuchillo y di por supuesto que todo acababa aquí.
De una rompió las cuerdas que me ataban, me estaba liberando.
—¡vete!, ¡rápido!, y no mires atrás, no te dejaran escapar. —dijo la niña—.
Pero no podía irme sin María tenía que salvarla.
De un empujón la aparte de encima mío y Salí corriendo hacia la posada.
Solo pensaba en coger a mi mujer y salir pitando de este puto lugar, de camino no encontré a nadie, subí las escaleras de tres en tres y entré en la habitación.
Allí estaba María sentada en la cama como si nada.
—cariño estas bien?, ¡venga coge tus cosas y nos vamos de este lugar!, — le dije mientras cogía unos pantalones y una camiseta para vestirme—.
—yo no voy Fernando, —contesto María—.
—¿Cómo que no vienes?, ¿Qué estás diciendo?, —le pregunte—.
—estoy embarazada, yo me quedo, ellos me van a dar lo que tú no quieres, —contesto—-.
No sabía que decir.
—lo único que puedo hacer por ti, por el amor que nos hemos tenido es darte la oportunidad de que intentes escapar, —dijo—. Sal de aquí ahora y no mires atrás, si tienes suerte no te cogerán.
No espere más, no discutí más, cogí lo justo y Salí corriendo por el coche.
Era su decisión, no la compartía, pero estaba muy decidida.
Solo pensaba como iba a explicarle todo esto a la policía, me iban a tratar de loco.
Arranqué el coche y Salí del pueblo.
Cuando llevaba unos 5 kilómetros ya tenía la sensación de que lo había conseguido, había escapado de esa puta pesadilla.
De repente una piedra enorme se desprendió cayendo de una de las laderas, provocando que realizara un volantazo y quede fuera del camino.
Cuando miré por el retrovisor lo vi, en el asiento de atrás una túnica roja se acercó a mí y me susurro.
No puedes irte, el mesías esta de camino, Ordo Templi Ángelus Nigra.
Note una punzada en mi costado atravesándome y el filo de un cuchillo rasgo mi garganta.
P.D: - LLEGA UN MOMENTO EN QUE TUS DEMONIOS TE PIDEN UN INFIERNO MAS GRANDE.
A.Miralles
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