El vampiro cornudo del Castillo Alnwick.
El Castillo de Alnwick es uno de los mejores conservados de
toda Inglaterra.
Fue construido en Northumbria a comienzos de 1096 por el
barón Yves de Vescy, y pronto se convirtió en sede del ducado de la región.
Fue ocupado, arrasado, reconstruido, invadido, abandonado y
nuevamente restaurado incontables veces.
En nuestros días, es el segundo castillo habitado más grande
de Inglaterra.
Además de las vicisitudes, intrigas y traiciones que
sobrevuelan sobre todos los edificios con pasado, la historia del Castillo de
Alnwick posee tintes marcadamente sobrenaturales, ya que allí habita uno de los
vampiros más famosos de Inglaterra.
Conocido como el Vampiro de Alnwick, o simplemente Lord
Alnwick, este hematófago proviene del remoto pasado medieval.
Su nombre real no se ha conservado, aunque de hecho existen
varios candidatos para ocupar su identidad.
Se dice que, en el siglo XII, un noble paranoide y celoso habitaba
en el ala sur del Castillo Alnwick.
Convencido de que su esposa lo engañaba, aunque sin pruebas
objetivas que justificaran sus sospechas, cierta noche decidió salir por la
ventana de la gran habitación matrimonial y gatear por las peligrosas salideras
de la torre con la intención de sorprender a su esposa en pleno encuentro
ilícito.
Recordemos que en la Edad Media ningún noble o aristócrata
dormía con su esposa.
Por lo general ocupaban habitaciones separadas.
Lo cierto es que nuestro noble resbaló y cayó de la torre,
con el grave inconveniente de no morir de inmediato.
Pasó varias horas echado en el pasto con el cuerpo quebrado,
destrozado, sin poder emitir el más ligero grito de ayuda.
En una agonía atroz, aguardó el amanecer.
La ayuda finalmente llegó, aunque demasiado tarde.
Los mozos de las caballerizas lo encontraron ya
inconsciente.
Moriría pocos minutos después.
El noble fue enterrado con toda la solemnidad de su
posición.
La viuda, tal vez atormentada por la culpa, confesó sus
repetidas infidelidades, alegato que derivó en el azote y ahorcamiento de un
sirviente moro, al cual se lo acusó de pactar con el demonio con el objetivo de
obtener a cambio un miembro descomunal, tal como lo constató personalmente el
obispo de Northumbria, quien quedó verdaderamente perturbado por la generosidad
de Satanás.
Tres días después de las exequias el noble regresó de la
tumba para perpetuar su venganza.
La viuda, cuya confesión la salvó de la muerte, fue forzada
a tomar los hábitos, cuestión que se haría efectiva en Oxford.
La noche antes de partir fue visitada por su marido muerto,
quien le reprochó enérgicamente su conducta disipada y luego pasó a desangrarla
con la minuciosidad típica de los vampiros.
La muerte de la viuda fue atribuida a un desconocido amante
despechado.
Lo que pocos sabían, o ninguno, en realidad, es que este
efebo no tenía nada de hipotético. Por el contrario, el muchacho, un italiano,
según dicen, observó desde el patio central como el vampiro trepaba sin
problemas por los resbaladizos muros de la torre, casi como un insecto.
Luego de varios días de desconcierto, en los que aparecieron
animales muertos, leches cuajadas y ataques de histeria entre las ancianas
cocineras, una extraña plaga comenzó a azotar las poblaciones cercanas.
Todas las víctimas, además de los síntomas habituales,
mostraban una curiosa marca en el cuello, prueba que alarmó a los médicos y
provocó una verdadera ola de sangrías y tratamientos con sanguijuelas.
Confundidos, los médicos de Northumbria consultaron
secretamente con un alquimista hebreo.
Este les señaló que debían exhumar el cadáver del conde y
someterlo al tratamiento de rigor para matar a los vampiros.
Cuando se abrió la tumba los hombres se encontraron con un
noble rozagante, de mejillas rubicundas y aire señorial.
Acto seguido fue estaqueado, descuartizado, y su cabeza fue
empotrada en los muros de la infame habitación de su esposa.
Años después, quizá por pudor o por exceso de pestilencia,
la cabeza fue retirada y enterrada en el camposanto local.
No obstante, estas operaciones, el Vampiro de Alnwick sigue
haciendo de las suyas.
Se dice que su espectro suele mordisquear a las muchachas de
escote generoso, y pellizcar en el culo a cualquiera que se atreva a pronunciar
su nombre.
Historiadores sarcásticos señalan que esta última leyenda es
apócrifa, y que fue creada por jóvenes adúlteras, quienes le atribuyen a este
desdichado vampiro las marcas de pasiones ilegítimas que poco y nada tienen que
ver con lo sobrenatural.
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