RELATO: EXORCISMO.




Debo confesar que, aunque mi fe es sólida como el tronco del roble que veo desde la ventana de mi despacho, en los últimos tiempos cuesta tener rectas las ramas en mi creencia.
Aun así, los vientos del infortunio humano empujan mi corteza ajada por las circunstancias, y ella se pregunta cuánto resistirá pegada a su nacimiento.
Me aferro al crucifijo que desde novicio cuelga de mi cuello y cierro los ojos para buscar la luz del dios que se que interiormente vive mí.
El sonido del teléfono golpeo mis sentidos, como el sonido de un látigo flagelando.
—¿diga?, —conteste—.
—Padre Juan, —dijo una voz al otro lado del teléfono—.
—Sí, soy yo, —dije—, ¿Quién es?
—Se por las circunstancias personales por las que está pasando, —dijo aquella voz—, me lo comunicaron en la diócesis.
—¿Quién es usted?, —pregunte—.
—Es verdad perdone, no me he presentado, soy Pablo, el sacerdote de la parroquia nuestra señora del portillo, en Zaragoza, como le dije al principio de la conversación soy consciente que no está en su mejor momento, pero debido a la experiencia que atesora en esta clase de ritos le necesitamos porque no sabemos cómo actuar ante esta feligresa, —dijo el padre Pablo—.
—Cálmese, cálmese padre Pablo, —interrumpí—, vayamos por partes, ¿Qué le ocurre a su feligresa?
—Bien, usted conoce mejor que nadie el proceso de posesión, que todos estudiamos en su día y que nos indica según su fuerza lo perdida que esta esa alma, —dijo el padre Pablo—.
—Sí, así es, —conteste—.
—Pues en esta pequeña niña que se llama Alba no aparece, aun así, sabemos que habita el maligno dentro de ella, —dijo el padre Pablo muy nervioso—, tiene que ayudarnos, la familia está desesperada, nuestra propia iglesia se niega a reconocerlo, yo no tengo los conocimientos suficientes para estas lides, tiene que darnos luz a este desafortunado asunto.
—Cálmese padre Pablo, —dije tranquilizándolo—, ¿y cómo sabe usted que tiene síntomas de posesión?
De repente al otro lado del teléfono se oyó un CLIC, seguido de un silencio total.
—¿padre Pablo sigue usted ahí?, —pregunte—.
—sí, si ¿ha escuchado, —me dijo—.
—si como un cliqueo, —le dije— ¿Qué ocurre?
—Nos están espiando, posiblemente nos estén escuchando y grabando esta conversación, —dijo el padre Pablo—.
—¡por favor!, no diga tonterías —conteste sin creérmelo—, ¿quién iba a estar interesado en escuchar esta conversación?
 —Más gente de la que se cree padre Juan, puristas de la iglesia obsesionados con las normas rectas de la aplicación del exorcismo, no puedo seguir hablando, le dejare el lugar de encuentro en su correo electrónico.
—Pero padre no he aceptado aun, como sabe no estoy con mi fe tan recia como para abordar estos asuntos, —conteste—, ¿padre?, ¿padre Pablo?
Pero esta vez no obtuve respuesta, una lucha se empezaba a originar en mi corazón, mis dudas más internas entraron en conflicto con mis ganas de ayudar a esa niña, la creencia en las enseñanzas de nuestro padre Jesucristo me impulsaron a quitarme el habito de mis miedos y extender mi mano de auxilio hacia un alma inocente.
Quizás fracasaría en el intento, pero disiparía las dudas anteriormente mencionadas.
Tengo que confesar que me atraía por lo extraño del caso, en que un sujeto tenía una aparente posesión sin signos exteriores de la misma.
Quizás todo exorcista llevamos un investigador dentro de nuestro ser.
O quizás nuestro señor me puso esta curiosidad para superarla en mi camino y fortalecer mis dudas.
Sea como fuere decidí dar el paso y probarme a mí mismo y ver hasta donde el roble de mi fe soportaba el huracán del señor de la oscuridad y el mal.
Casi seguidamente a la conversación con el padre Pablo, mire mi correo electrónico y allí estaba como antes dijo, un correo electrónico del sacerdote.
Como siempre antes de empezar un proceso de exorcismo, investigaba sobre la persona y el entorno para ver los motivos que podrían haber llevado al endemoniado a tal estado.
Debido a mi torpeza con los sistemas informáticos y demás variantes, le pedí a Damián ayuda, un buen amigo que siempre estaba dispuesto a ayudarme en estos temas.
Decidido, y sin más vacilaciones hice la maleta y cogí el primer vuelo a Zaragoza.
Llegue donde el mensaje decía que me esperaría, en una pequeña plaza, enfrente de la parroquia de la que él era sacerdote, a la hora intempestiva de las 05:00 de la madrugada, porque según él, ninguna alma había por las calles a esas horas.
Pudieron sufrir mis huesos el frío y la humedad de la ciudad en un 30 de octubre, porque dios quiso que fuese así.
Como una pequeña prueba más a superar.
Y hay estaba yo con mi pequeña maleta de mano contemplando a la luz de las farolas el magnífico pórtico de la entrada de la iglesia.
Solo pasaron unos minutos cuando pude divisar una figura que entre la bruma de la niebla empezó a tomar forma.
Se acercaba con pasó pausado pero firme hacia mí.
Casi a la altura de la iluminación urbana, pude adivinar que no era el padre Pablo sino una mujer con un hábito de monja.
Llegó hasta allí y me pregunto.
—¿es usted el padre Juan?, —me pregunto la monja—.
—Sí, soy yo, —conteste—.
—Lamento comunicarle que el padre Pablo a fallecido hace unas horas, que dios lo tenga en su gloria, —dijo la monja—.
—¿Cómo?, ¿dios mío?, ¿cómo ha ocurrido?, —pregunte—.
—Al parecer de un paro cardíaco, —me contesto—, pero su voluntad queremos que se cumpla, aquí tiene la dirección de la casa de Alba, la niña de la que le hablo.
No sabía que preguntarle, estaba conmocionado, mi cara de confusión debió ser muy evidente, sin más explicación por su parte se despidió no sin antes decirme.
“Que dios este de su parte, la va a necesitar”.
Se dio la vuelta enérgicamente y desapareció entre la niebla de la misma forma en que había aparecido.
No podía creer la versión de la monja sobre el fallecimiento del sacerdote, esa voz asustada y entrecortada con la que me llamo, y el que me dijera que la línea por la que hablamos podría estar pinchada, hacia su muerte aún más sospechosa.
Sólo pude rezar una oración por su alma y me dispuse a desdoblar el papel que me había entregado momentos antes la religiosa.
La nota ponía, en caligrafía legible a bolígrafo, la dirección de la casa, el día y la hora.
Sería mañana día 31 de octubre a las once de la noche.
No sabía porque ese día a esa hora, pero tenía que aceptar esas normas si quería conocer Alba, o al menos a su figura de niña.
Buscaría a un hotel o una pensión para pasar las próximas horas.
Al día siguiente me preparé mental y espiritualmente para afrontar aquella montaña emocional que seguramente me llevaría a vencer las palabras del maligno, sus engaños y artimañas.
Tengo que confesar que mi corazón se aceleró como la primera vez que realice mi primer exorcismo a un niño de 11 años, que finalmente acabó con éxito.
Entre los disfraces Halloween pasé casi desapercibido.
El taxi me dejó en la puerta de un bonito chalet y aparentemente de nueva construcción.
Desde fuera nada hacía pensar que dentro había un ser tan terrible que poseía el cuerpo de una pequeña.
 Una elegante mujer de mediana edad me abrió la puerta.
—Buenas noches soy el padre Juan, —le dije a la señora—.
—Estábamos esperando su visita, —me contesto—.
Por experiencia sé que los preámbulos de cortesía en estos casos no ayudaban y solo hacían que restar tiempo, así que fui al grano.
—¿es usted la madre de Alba?, ¿qué le ocurre a su hija?, ¿porque creen que esta poseída?, —le pregunte—.
—No sé decirle padre mejor vea usted mismo, —me contesto—.
Asentí con la cabeza e inicié el camino por las escaleras hacia la parte de arriba de la casa.
Encontré la típica habitación de niña, ordenada y decorada conforme a su edad.
Parecía que allí no ocurriera nada.
Al fondo de la habitación había una niña sentada en la cama, vestida con un pijama de muñequitas, mirando hacia la ventana, inmóvil, ausente de todo.
Me quede en la entrada de la puerta.
—Buenas noches Alba, —dije—.
No recibí respuesta, La niña no cambio de postura ni emitió sonido alguno.
volví hacerle la misma pregunta.
—Buenas noches Alba, —repetí—.
Pero nuevamente imperaba el silencio, decide dar unos pasos hacia dentro de la habitación y nuevamente preguntarle con algo diferente.
Entonces decidí utilizar la psicología inversa.
—Bueno, pues no parece que te ocurra nada, —le dije—
—Si me pasa algo, —contesto por fin la niña—.
Mire hacia ella y esta vez había levantado la cabeza y me miraba fijamente.
—¿sabes quién soy?, —pregunte—.
—Sí, un iluso que piensa que voy abandonar este cuerpo, —dijo la niña—.
—¿de verdad piensas que estás poseída?, —continúe preguntando—, no veo apariencia que demuestre que seas un ser demoníaco.
—Que esperabas, ¿a una niña vomitando, girando la cabeza y andando por la pared?, los demonios evolucionamos cura, ya no somos la versión patética de la niña del exorcista, —dijo la niña—.
Intente forzar un poco más la conversación para intentar dar un juicio de valor.
—¿piensas que te van a creer?, —dije—.
—No quiero que me crean cura, sino sumar almas, el pasar desapercibido es más productivo que comportarse como una puta loca desquiciada, —me contesto—.
Sorprendentemente empezaba a creer que una niña de diez años no podía razonar así, ni contestar tan rápidamente sobre esos temas.
Pero aún tenía mis dudas.
No se lo iba a poner fácil, atacaría su orgullo.
—pues como te llames demonio, vas a fracasar, tu plan es muy endeble y previsible, —le dije—
—¿estás seguro cura?, mira a tu alrededor ya no existe el respeto de antes, ya no existe la amistad verdadera, el dinero y el interés sexual lo mueve casi todo, ya no hay valor moral, —contesto la niña—.
— no te creo, creo en el ser humano en su bondad en las buenas acciones hacia el prójimo, —le dije—.
— Eres un puto cura de pueblo, ¿no ves los telediarios?, ¿no lees la prensa?, ¿no escuchas la radio?, ¿cuantas acciones buenas ves reflejadas?, —dijo aquel ser—, todo son accidentes, asesinatos, corrupción, las ejecuciones de los países islámicos, los atentados…es mi obra cura, es mi obra silenciosa.
Estaba convencido de que ya no estaba ante esa pequeña que tenía delante, aunque su voz y su aspecto así lo reflejan.
Pero fuera quien fuese esa entidad del averno, tenía las cosas muy claras, la batalla dialéctica no estaba perdida.
—¿tratas de atribuirte lo que ha ocurrido en toda nuestra existencia?, siempre han existido guerras asesinatos y atentados, —le dije—, es muy sencillo atribuirse la maldad, así como la bondad, es nuestra obra, es condición del ser humano, tú no estás haciendo nada, el bien prevalecerá sobre el mal, como el día a la noche.
—¡es mi obra punto cura!, tengo el poder para eso y más, —contesto aquel ser enfadado—
—¡demuestra lo entonces!, —dije—.
Nunca debí decirle eso.
En el piso de abajo se empezaron a escucharse ruidos y golpes, salí de la habitación y vi con horror como los miembros de la familia se golpeaban contra los muebles y paredes, se mordían entre ellos, se hallaban presos de una locura indescriptible.
Hasta que poco a poco, uno a uno cayeron al suelo en un charco de sangre y empezaron agonizar hasta morir.
Pude entonces escuchar la voz del infante que se erigió en su habitación.
—Esto es culpa tuya cura, si me retas hay consecuencias, —me contesto el ser—.
Impactado por la escena, con dolor e inundado de impotencia eche mano de mi toga y de mi biblia.
Inicié el rito del exorcismo entre un mar de sentimientos encontrados nacidos de la injusticia que acababa de presenciar.
Señor Jesucristo verbo de dios padre, dios de toda criatura, qué diste a tus santos apóstoles la potestad de someter a los demonios en tu nombre y de aplastar todo poder del enemigo.
Dios santo que al realizar tus milagros ordenaste, huyan de los demonios.
Pero me di cuenta que mi rito no era efectivo contra ese ser que tenía a Alba encarcelada, me miraba con una sonrisa burlona y en silencio, como si de una figura se tratara, sus ojos eran todo satisfacción.
Consternado y hundido caí de rodillas al suelo y grité.
—¡por que señor!, ¡por qué no le afectan mis palabras!, —dije abatido—.
Entonces como un susurro oí que brotaban unas palabras de la boca de la niña y me dijo.
—¿La mataste tu verdad?, —dijo el demonio—
—¿Qué?, —pregunte confundido—.
—A tu mujer, por qué no siempre fuiste cura, —dijo ese demonio—.
—¡yo no la maté la bestia del infierno!, —conteste alterado—, ¡fue un accidente!
—No más engaños cura, —comenzó a decir la poseída—, tú la mataste y nunca se encontró al asesino, la policía cerró el caso pensando que su amante la asesino, pero tú sabes que la lanzaste contra esa mesa inundado de celos y luego apuñalaste a su amante, solo te quedo poner el cuchillo ensangrentado en la mano de tu fallecida mujer  y limpiar todas las huellas para que pareciera que se habían matado entre ellos, después te refugiaste en el celibato y la adoración a dios tratando de purgar tu culpa, pero los fantasmas vuelven cura, sólo hay que despertarlos, entiendes ahora por qué tus mierdas de palabras no me afectan, no es tu rito ridículo, eres tú, tú Juan, no te queda fe.
El bolsillo de mi sotana vibro con la llegada de un mensaje a mi móvil, no era buen momento, pero decidí mirar el mensaje, mi sorpresa fue aún mayor cuando el sms recibido era de Damián que decía así.
 “Juan, la familia de la niña es normal, No hay motivos externos para la supuesta posesión, pero el padre Pablo nunca ha existido en esa iglesia que me dijiste y mucho menos a fallecido, espero que te encuentres bien” << Damián>>.
Mirando a ese engendro con figura de niña inocente le pregunte.
—¿has sido tu verdad?, —dije—.
—¿he sido yo el que cura?, —me contesto—.
—tú te inventaste al padre Pablo, —le dije—.
—no sé de qué me hablas, —me contesto—.
—y también a la monja, ¿verdad?, —seguí preguntando—, me engañaste para que viniera aquí.
—Vaya, con el cura, no eres tan tonto como parecías, ¿o te lo han chivado por ese móvil?, —dijo el maligno—, no entraba en mis planes, pero tendré que deshacerme también de tu amigo Damián.
En ese momento por la rabia y la ira eche mano a mi crucifijo diciéndole.
—Tócalo y…—dije acercándome al engendro—.
—¿qué haces?, fraude de cura, si me acercas eso le quiebro el cuello a la niña, —dijo—
Sus palabras frenaron mi último esfuerzo por combatirlo.
—¿y qué quieres de mí?, —cansado y vencido le pregunte—. Con la intención de liberar aquella pobre criatura de su opresión.
—que decepción, por unos momentos pensé sé que eras más inteligente, —me dijo—, no es lo que quiero, ¡te quiero a ti!
—¿a mí?, ¿Por qué?, —pregunte—.
—Si entro dentro de ti, imagina que magnifico caballo de Troya seria, dentro de un cura respetado y reconocido por los suyos, que a partir de ahora no exorcitara si no que difundirá mi maldad como una plaga en el corazón de esa patética religión tuya de beatos, —dijo ese demonio—, el vaticano cura, destrozare el vaticano.
“Bueno basta ya de gilipolleces, ya me cansado de este juego”
Esas fueron las primeras palabras que oí con su verdadera voz, oscura, penetrante, saliendo de la inocente niña.
Se abalanzo sobre mí y puso su mano sobre mi corazón maltrecho, todo se empezó a volver oscuro incluso con los ojos abiertos y pude sentir todo el mal que esa criatura acumulaba.
El dolor era intenso y perdí la sensibilidad en mis extremidades.
La voz de los pensamientos de ese demonio se mezclaba en mi cabeza apoderándose de mí, es cuando pude sentir lo que siente un poseído, la sensación de estar en ti y no estar a la vez.
Como último recuerdo y mayor sufrimiento me hizo ver como le decía a la niña.
—venga Alba, salta por la ventana, eres libre, es lo que tu cura quería, vuela, vuela, —dijo el engendro demoníaco—.
Entonces la niña se acercó como en un estado de trance y dominación hacia la ventana del cuarto, puso una silla frente a ella, se subió y extendió los brazos.
Impotente vi caer su inocente cuerpo al vacío, mi consciencia se apagó.

Queridos lectores, ahora soy yo, ese ser demoníaco el que les habla, ¿pensabais que el padre Juan iba a expulsarme?, pues no, esta historia no tiene un final feliz.
¿pensáis que estáis a salvo de mí?
Empezar a tener la costumbre de mirar a los ojos a la gente, y si dentro de ellos notáis
algo extraño, es que yo habito en el poseído, observar si alguien os mira muy fijamente porque será que os estoy acechando con la mirada ardiente JAJAJA.

A. MIRALLES.

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