Agotados y hambrientos, los soldados decidieron buscar algo para robar en el hogar. En medio de su frenesí fueron descubiertos por el granjero, a quien asesinaron sin remordimiento alguno junto con sus hijos. La esposa del pobre hombre apenas tuvo tiempo para ver la horrenda muerte de su familia antes de encontrarse cara a cara con sus inminentes verdugos. En medio de la ira y el dolor solo atinó a que de su boca saliera una maldición contra Schwytzer: “¡desde hoy, cada luna llena te convertirás en un lobo rabioso!”. Momentos después el hombre le destrozará el cráneo con la culata de su rifle.
Resulta curioso que fuera la maldición desesperada de una madre y no la mordedura de otro hombre lobo la que diera génesis al último representante de esta raza perdida. Schwytzer comenzará a cambiar, poco a poco, a convertirse en un hombre sin miedo, sin temor, duro como el acero. Cada luna llena su poca humanidad desaparecerá para dar lugar a una verdadera bestia. Comienzan las leyendas de un lobo que en las noches asesina brutalmente hombres y animales.
Pero no era solo la sangre lo que motivaba al soldado maldito. La lujuria parecía también hacerlo, por lo que una noche violó salvajemente a la hija de un pobre granjero de la región. Elizabeth Beierle será el nombre de esta mujer, que contará cómo un hombre salvaje, cubierto de vello, abusó de ella y organizará un grupo, dirigido por su padre, para buscar venganza. Encontrado en el bosque unos días más tarde, Schwytzer será acorralado en la villa de Morbach y brutalmente asesinado, y en su tumba se erigirá un pequeño santuario con una vela encendida.
El desertor sería el último Hombre Lobo del que existe registro. Sus descendientes (hijos del bastado cuya semilla sembró en Elizabeth) jamás mostrarán rastro de la naturaleza salvaje de su padre, y cuenta la leyenda germana que mientras la vela se mantenga encendida los Hombres Lobo jamás podrán volver a pisar este mundo.
La vela de Morbach
Por más de un siglo los habitantes de la villa se aseguraron de mantener la vela siempre encendida. Cuando estaba terminándose se ponía otra en su lugar, garantizando que la luz nunca se apagara. La herida que el odio y el temor hacia Schwytzer había creado era perenne: nada podría cerrarla del todo.
Pero cuentan los habitantes de la villa que en algún momento de 1988 alguna circunstancia llevó a que la vela se apagara por una noche. Según se cuenta, no pasó mucho tiempo antes de que un gigantesco lobo apareciera en el perímetro de una cercana base militar. Su presencia fue inexplicable, ya que tendría que haber saltado una cerca de más de 3 metros para ingresar allí, pero de acuerdo con varios soldados, allá estaba. Pronto dio marcha atrás y desapareció: los perros enviados a buscarlo se negaron sistemáticamente a pasar del punto en el que los soldados lo habían visto.
La vela volvió a encenderse, y al día de hoy no ha vuelto a apagarse. Y el lobo no ha vuelto a aparecer.
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