LA VERGINE NERA.
La noche era tan fría y oscura como la canción que iban escuchando.
Los dos iban en silencio, escuchando esa tétrica y tristona canción de un solo de guitarra que emitía la emisora de radio, incapaces de cambiar de cadena, sin saber porque, pero sin ganas de hacerlo.
Ninguno sabía bien qué decir.
Él estaba nervioso, ella, asustada.
Sólo faltaban quince minutos para la media noche, y el matrimonio Cifer -Valentini se dirigían aún sin poder entenderlo a su primer encuentro satánico.
—¡Vamos a llegar tarde, acelera un poco! —dijo Carlos con impaciencia—
—tranquilo que vamos a llegar, no te angusties que todavía no son las doce, —le dijo su mujer Bianca—, nerviosa, y fumando un cigarro que acababa de encender.
Carlos estaba intranquilo, desde hacía algún tiempo acariciaba la posibilidad de recurrir a Satanás para lograr sus objetivos, pero le habían faltado agallas, quizás por su formación religiosa.
Eran una pareja muy bien situada, procedían de dos familias italianas adineradas, pero como suele pasar en esta vida el dinero no lo es todo.
Pudren, su amigo del alma, no le mentiría en algo así, y, si él logró convertirse en una estrella del rock con todas sus limitaciones mentales, por qué no podría él conseguir su sueño, que no era otro que el de ser un mago de verdad, en toda la expresión de la palabra.
—El momento ha llegado Carlos, no hay vuelta atrás, tampoco es momento para miedos ni arrepentimientos, —le animo su mujer—, así que… ¡adelante!.
Llegar hasta la casa fue una auténtica odisea, a través de un bosque que parecía un decorado de película de terror, y de no menos de cuatro carreteras de tierra por donde no pasaba nadie.
Por suerte había llovido y las ruedas de la gente que acudía allí como ellos les ayudó a encontrar el lugar.
Ya estaban parados frente a la casa y seguían sin saber qué decir.
El lugar era tan terrorífico como les habían dicho, y por primera vez, Bianca dudó si entrar donde la secta Luciferina se reunía.
—¿Estás seguro de esto cariño? —le preguntó—, cogiéndole de la mano con ganas de gritarle que era una solemne tontería
—segurísimo —dijo él más nervioso y excitado—.
Bianca, cada vez más temblorosa, hizo sonar el extraño timbre de la puerta de cristales oscuros.
Ella se sentía un tanto nerviosa, si estaba allí era por complacer a Carlos, pero la idea de adorar al maligno, realmente no le agradaba.
En el fondo tampoco creía mucho en eso, después de que Carlos se convenciera de que todo eso era mentira, o una burda manipulación, saldría del ensueño y volvería a la normalidad, después de todo Carlos nunca fue tonto del todo, pensó.
Al abrirse la puerta los recibió un extraño personaje vestido con una bata negra, que sostenía en sus manos una capucha del mismo color, de inmediato los hizo pasar.
—¿Ustedes son los Señores Cífer? —dijo, sin esperar respuesta—, ¡Adelante! Deben darse prisa, solo esperan por ustedes, síganme por favor.
Durante varios segundos, casi un minuto, le siguieron hasta una habitación, y les entregó una vestimenta similar a la que él traía puesta.
—Deben quitarse toda la ropa, incluyendo la interior, y ponerse el hábito, y también esta capucha, — dijo en tono de voz confidencial—, ¡La misa está a punto de comenzar!, los aguardamos en el salón de ceremonias, es el último a la izquierda.
Finalizó diciendo, cerrando la puerta tras de sí.
Carlos y Bianca se quedaron en silencio, ¿Qué decir en un momento tan extraño como ese?
Ella lo miró con zozobra, pero el apretó su mano para insuflarle valor, y sonrió.
Sin pensarlo más, se quitaron toda la ropa mientras se miraban nerviosos.
Carlos miró a su esposa, siempre le gustaba ver cómo se desnudaba, y es que el cuerpo de ella parecía realmente haber hecho un pacto con el diablo porque, cada día que pasaba, parecía más hermoso, después de años con ella seguía poniendo igual de cachondo que el primer día al verla desnuda.
Ella había acudido allí presionada por él, y a punto estuvo de salir corriendo al ver el extraño rostro de placer dibujado en su marido.
Se pusieron las batas y las capuchas negras y salieron a toda velocidad hacia el salón señalado.
Bianca impresionada, apretó con fuerza la mano de Carlos, su corazón latía a toda velocidad.
Aquella escena no tenía nada que envidiarle a una película de terror:
La luz amarillenta de los más de 200 cirios encendidos, dejaban ver los bultos oscuros de los participantes dándole al salón un aspecto tenebroso.
Tímidamente, y encapuchados, se unieron al grupo, en el momento que la voz del sacerdote satánico decía en tono grave, “In nomine dei nostri satana luciferi excelsi”.
Todos los asistentes repitieron al unísono las mismas palabras, ellos lo intentaron, pero no pudieron.
—Por todos los Dioses del Averno, ordeno que lo que yo digo ha de suceder, —dijo el sumo sacerdote, haciendo una corta pausa —, salid y responded a vuestros nombres manifestando mis deseos.
Carlos estaba un poco ausente mientras pensaba en su padre, ¿Qué diría si supiera lo que estaba a punto de hacer?, por un momento, paso por su mente la idea de salir corriendo con Bianca de aquel lugar, pero su deseo de convertirse en un mago con poderes sobrenaturales era tan grande que, si era necesario vender su alma, él lo haría para lograr su objetivo.
Bianca, en cambio, empezó a sentirse extraña de verdad, mirando a ese extraño altar que había al final, observó el cuadro de ese enigmático hombre de pelo largo.
Los ojos de esa imagen grabados en el lienzo se dirigían a ella, sintió la mirada, también las palabras susurrantes de unos labios que creyó ver moverse.
Su piel desnuda se erizó, de pronto creyó recibir el contacto de una mano en el interior, como si estuviera acariciándole los tobillos... y subiendo.
Miró detrás, a un lado y a otro, pero nadie estaba lo suficientemente cerca como para estar haciéndolo, aun así, ella seguía sintiendo aquel extraño y sugerente contacto.
El rito era escalofriante, Bianca no entendía nada, pero empezaba a creer que aquello parecía más real de lo que imaginaba, estaba helada, sentía que un miedo terrible se apoderaba de ella, sin saber la razón.
Repentinamente, sus ojos se desorbitaron, y sintió que su corazón se oprimía, al ver, en el altar satánico, ese gran crucifijo metálico, colocado de forma invertida, encima, había un gigantesco cuadro de lo que ella creyó el demonio.
La cara de ese Lucifer era extraña… como si estuviera realmente viva.
Ella miró a Carlos con aflicción y, suplicante, le susurró "Por favor, cariño… me quiero ir de aquí. estoy muy asustada"
Pero Carlos, ya había logrado controlar sus remordimientos y vencido todos sus miedos.
—Tranquilízate mi amor, que todo estará bien, estás conmigo, —le dijo pasando su mano por su espalda desnuda solo cubierta por el hábito—.
Al pasar sus dedos por su costado desnudo de Bianca, notó que sus pechos estaban erguidos y duros como piedras, sonrió.
La misa continuó, y el sacerdote tomó la espada que estaba sobre el altar y, como si fuera una extensión de su mano, señaló hacia cada uno de los puntos cardinales de la sala.
Después nombró, uno por uno, a los cuatro príncipes de la corona del infierno
—¡Satán!, —gritó—, mientras Bianca recibía un extraño latigazo de placer en su entrepierna.
—¡Lucifer!, —continúo gritando—, ahora el aleteo de ese extraño placer recorría su vientre, subiendo hacia sus brazos.
—¡Belial!, —volvió a gritar—, mientras Bianca creía recibir el placer de unas manos invisibles rozando sus pezones
—¡Leviatán, —gritó finalmente—, mirando hacia ella por entre la multitud, haciéndole sentir un placer inimaginable e incomprensible!
Asustada, al mismo tiempo que excitada, no pudo más que dejarse llevar por la algarabía que paseaba por sus muslos y su cuerpo.
Era como si unos ejércitos de manos suaves estuvieran dibujando todo el placer inimaginable en su cuerpo despierto mientras ese enigmático dios la miraba desde el lienzo…hasta creyó sentir que una fuerza extraña se adentraba por su pelvis, dejándola casi abatido por tanto gozo.
Fue entonces, cuando todos los discípulos de Satanás hicieron una fila que se dirigió hacía el cirio negro, ubicado a la izquierda del altar satánico.
El tiempo no pasaba... el tiempo volaba, y eran ya más de la una de la madrugada.
La hora siguiente también pasó tan rápida como temerosa, pero Bianca se sentía extrañamente excitada, como si un ente invisible estuviera acariciándola por dentro de esa túnica cada vez se sentía más cómoda y caliente.
Las manos invisibles tenían dedos que se movían por todo su cuerpo, era increíble, pero el placer que le daban era tan grande que casi creía estar a punto de llegar al orgasmo, solo con contacto.
Un ejército de dedos recorría su cuerpo... unos sobre sus pechos, acariciaban el contorno y otros pellizcaban los pezones, otros sobre sus caderas, otros sobre su vientre, otros sobre su culo, otros sobre sus rodillas, otros sobre sus muslos, otros sobre sus ingles, y otros intentando abrirse paso por la puerta que conducía a toda ella.
Mientras ella se deleitaba el ritual continuaba, hombres y mujeres encapuchados recitaban extraños mensajes, olía a limpio, y el sonido era agradable.
Las dos de la madrugada, había llegado el momento de solicitar sus peticiones, y todos caminaron cabizbajos, portando en su mano un pequeño pergamino donde estaba escrito su petitorio, uno a uno le fue entregando su petición al sacerdote.
El sumo pontífice, después de leer en voz alta cada petición, las quemaba en la llama del cirio negro, La luz azulada se pintaba de rojo ante cada lectura.
Fue entonces cuando Pudren, que regresaba a su lado, los vio rezagados, asustados, desorientados, y sin saber qué hacer, recordó, que no le había dicho a Carlos, lo del pergamino, se acercó a ellos y les explicó rápidamente, dándoles un trozo de pergamino.
Carlos a toda prisa escribió su petición.
—¡Vamos que están terminando!, —le dijo a Bianca—, mientras corría hacia la fila.
Bianca lo siguió, pero se quedó con el pergamino en blanco, apretado en su mano porque no supo qué escribir, ella solo deseaba seguir disfrutando de esas manos que no dejaban de acariciarla.
Las peticiones eran de diferentes tipos, unos solicitaban fortuna, fama, amor, y algunas eran de una perversidad indescriptible.
¡Quiero ser el mejor mago del mundo, con poderes auténticos e inigualables!, leyó en voz alta el sacerdote.
Seguidamente, el sacerdote quemó la petición y Carlos pudo escuchar, el chisporroteo del fuego al consumir su pergamino, y tuvo la certeza de que Satán, le concedería su petición.
Al coger el pergamino de Bianca, el sacerdote dijo, ¡quiero ser la elegida!
Bianca se quedo estupefacta, ella no había escrito nada en el pergamino sin embargo había oído al sacerdote, pudo ver entonces como levanto la cabeza mirándola y entre la oscuridad que había detrás de esa capucha pudo distinguir unos ojos brillantes que le asustaron a la vez que le dieron tranquilidad.
—Tu deseo más grande se cumplirá esta noche, —le dijo—, aunque sólo ella pudiera escucharlo. Una luz cegadora iluminó la sala, fue instantánea, pero Bianca se asustó al recuperar la visión.
El sacerdote, mientras todos se ponían de rodillas, quitó la capucha de su cabeza y ante todos, siempre mirando a Bianca.
Bianca sintió que se desmayaba ante la fuerza de esa mirada, era un hombre joven, terriblemente atractivo, de esos con hoyuelo en la barbilla, y ella creó volver a su juventud, a aquella primera vez que tocó su cuerpo pensando en aquel hombre que tanto le gustaba.
En ese rostro había una belleza casi antinatural, pero no era eso lo que más le gustaba, sino esa sensación de peligrosidad que desprendía en su mirada, era como si tras esa piel de barba escondida se escondiera el rostro de un hombre-mujer... Y eso le encantaba.
Más tarde, el sacerdote tomó el cáliz y bebió el elixir que contenía, después se lo pasó a su ayudante, que también bebió.
A continuación, éste lo entregó a uno de los asistentes y éste a los restantes.
Todos bebieron un sorbo, hasta vaciar completamente el satánico cáliz.
Posteriormente, para sorpresa de Bianca y de Carlos, el sacerdote tomó un extraño objeto que no pudieron identificar, a pesar de imaginar de qué se trataba.
Sí, sin duda, se trataba de un falo de madera y, sosteniéndolo con ambas manos, comenzó a agitarlo hacia cada uno de los puntos cardinales, saludando al auditorio.
Poco después, empezó a hablar en un lenguaje extraño que no acertaron a comprender, pero que todos repetían concienzudamente, a veces parecía latín, al poco parecía árabe, y finalmente parecía hebreo.
El idioma extraño era el enoquiano el lenguaje de los ángeles apocalípticos.
El sacerdote leía la proclamación inicial a Satán, conocida como primera clave.
Todos repetían cada palabra como hipnotizados, incluyendo a Bianca y Carlos, que se dejaban llevar, presos ya de un placer orgásmico que no sabían de donde provenía.
“Ol sonuf vaoresaji, gohu IAD Balata, …(Reino sobre ti, dijo el Señor de la Tierra, exaltado en poder en lo alto y en la tierra, en cuyas manos el sol es una espada brillante y la luna un fuego penetrante, que mide tus prendas en medio de mis atributos, y te ato a las palmas de mi mano, enciendo tus vestiduras con luz Infernal
¡Os hago una ley para que gobernéis a lo santo, y te he dado un cetro con suprema sabiduría. Levantasteis vuestras voces para jurar lealtad a aquel que vive triunfante, cuyo principio no es, ni puede ser, que brilla como una llama en medio de vuestros palacios, y reina sobre vosotros como el equilibrio de la vida!
¡Moveos, por lo tanto, y apareced! ¡Abrid los misterios de vuestra creación! ¡Mostraos amables hacia mí, ya que soy lo mismo que vosotros! ¡el verdadero adorador del supremo e inefable Rey del Infierno!)”
Ellos, al igual que el resto de los participantes, al finalizar la lectura, comenzaron a aplaudir eufóricos, no entendieron mucho… a decir verdad no entendieron nada, pero era igual ya eran parte de ellos, y aquello empezaba a gustarles.
El cuerpo de Bianca parecía ir relajándose, y podía sentir de nuevo esas manos dentro de su hábito negro, y cómo acariciaban sus senos, su vientre, sus caderas, sus muslos, y cómo separaban sus ingles para adentrar unos dedos calientes dentro del vello de su pubis.
Aquellas palabras, en ese idioma extraño y violento, que probablemente ninguno comprendía, además del elixir bebido, causaron en todos los presentes, una explosión de adrenalina.
Seguidamente, el sacerdote se quitó el hábito, quedando completamente desnudo, dejando que la luz de los cirios iluminara su cuerpo escultural de rasgos duros e impasibles.
Carlos pudo verlo y se sobrecogió.
Bianca, al mirarle de nuevo se convenció, era el hombre más hermoso que había visto en su vida.
De pronto deseó acercarse a él, y al volver a mirarle recordó aquel hombre que inundaba sus sueños calientes en su más tierna juventud.
De repente, mirándole, volvió a aquella cama pequeña donde pasó las noches de su juventud, jugando con ella misma y fantaseando siempre con ese mismo hombre que creía haber olvidado... ¿Cómo era posible?, habían pasado muchos años, ¿Cómo se llamaba?, ¡era el!, era como si en sus sueños viera el futuro.
—¡es el momento de la ofrenda a nuestro señor para que quede satisfecho y nos entregue nuestras peticiones!, —dijo el sacerdote—.
De un costado de la sala aparecieron dos de los súbditos de la secta con una muchacha desnuda, atada de manos y con un saco en la cabeza que impedía ver su rostro, solo se le oía sollozar, mientras la arrastraban hacia el altar.
El sacerdote preparo dos copas de lo que parecía eran de oro y las dejo apoyadas sobre el altar.
Pusieron a la víctima encima del altar con los brazos y piernas extendidos, el sacerdote se armó con un puñal decorado tétricamente y se colocó cerca de ella.
Alzo el cuchillo hacia el alto y pronuncio unas palabras entre susurros, sin dar tiempo a reaccionar clavo el cuchillo en los genitales de la muchacha y recorrió su cuerpo hasta la garganta.
Abierta en canal cogió las dos copas y recogió de la sangre de la sacrificada.
Carlos y Bianca se quedaron helados, miraron a su alrededor y vieron la cara de deseo de todos los presentes, como un animal esperando la carnaza.
El sacerdote se giró mientras los súbditos retiraban el cuerpo.
No sabían si estaban alucinando, o si era realmente el propio Satanás en persona les hacía señas, para que se acercaran al altar.
Bianca tambaleaba como si estuviera ebria, y reía como idiotizada.
Realmente ese extraño y macabro rito unido a que aquel bello hombre les estaba invitando a subir al altar, les había excitado en cantidades desmedidas.
A ambos les parecía el ser más bello que jamás habían imaginado, y les invitaba a acercarse.
No podían negarse.
Para que no hubiera ninguna duda, todos los hermanos que estaban delante de ellos se apartaron, dejándoles frente a ese poderoso personaje que les señalaba, formando un amplio pasillo por donde comenzaron a caminar.
Bianca estaba más asustada aún, pero también excitada.
—¡Mi amor, vamos que nos está llamando el maestro!, —dijo Carlos, llevándola hasta él—.
Después, ante la atónita pasividad de ella, el sacerdote la tomó por un brazo y la arrastró hasta el altar.
Les ofreció una copa a cada uno para que bebieran la sangre, les pareció un sabor dulce, exótico y erótico, incluso se les hizo a poco, querían más.
El hombre, tomo la espada que estaba sobre el altar y colocándola sobre los hombros de Carlos, y luego de Bianca, gritó en voz alta.
—¡Satanás los reconoce como sus discípulos!, —dijo el sacerdote—, desde este momento y para siempre pasan a engrosar las filas de sus incondicionales.
Después de sus palabras, todos los presentes se quitaron los ropajes negros y las capuchas, quedando totalmente desnudos.
Bianca y Carlos, desde allí arriba, miraban absortos y extrañados, ante sí tenían todo tipo de cuerpos. Muchos de ellos eran bellos, algunos casi perfectos… también los había obesos, casi obscenos, pero la mayoría eran tan atrayentes como excitantes.
Mirando estaban todos y cada uno de los cuerpos desnudos que ante ellos descansaban cuando empezaron a sonar palmadas.
Fueron nueve veces.
Paraban y luego seguían, acercándose los unos a los otros, ansiosos, todos miraron hacia el gran reloj. Aún faltaban unos minutos… quizás menos.
—¡Ganadores deleitémonos en el placer de la carne!, —gritó el sacerdote, cogiendo a Bianca de una mano, y a Carlos de la otra—, ambos notaron que su mano era puro fuego.
—¡Satán os recibe en su gran fiesta!, —volvió a gritar—.
Unos y otras, no tardaron en unirse, tocarse, acariciarse, incluso hacer el amor más salvaje, pero todos mirando a los dos iniciados, que miraban absortos, y, cada vez, más excitados.
Bianca y Carlos, tan asustados como excitados, también se despojaron de sus oscuras vestimentas, invitados desde la distancia por su amigo Pudren, que se dejaba acariciar por un hermoso joven situado a su izquierda, a quien no tardó en besar.
A ninguno pareció sorprenderle su actitud con ese joven, a pesar de ser un hombre casado siempre habían sospechado de esa homosexualidad que ahora les mostraba abiertamente.
Pudren besaba a ese chico, y se dejaba acariciar por él.
En su mirada había lascivia, y siempre miraba a Carlos, como queriéndole demostrar un deseo oculto hasta entonces.
Carlos no se dio cuenta, Bianca sí.
De inmediato, sin darles tiempo a reaccionar, ni siquiera a cerciorarse de la terrible excitación que sufrían el sacerdote tomó a Bianca de la mano y la llevó hasta una estrella de cinco puntas invertida, que estaba labrada en el piso, a un lado del altar.
Bianca miró a Carlos, como pidiendo permiso.
En los ojos de su marido no sólo encontró aprobación, sino un deseo desmedido.
Ella seguía asustada, pero se dejó llevar por ese enigmático hombre ante el que nadie se podría resistir, ni siquiera Carlos, que los miraba embelesado.
El sacerdote le indicó que se acostara sobre la estrella, todo sin palabras.
Ella lo hizo, abriendo sus piernas y mostrando su gentil belleza femenina.
La invitación estaba hecha, y era lo único que ese maravilloso hombre esperaba.
Tumbada sobre ese caliente suelo de mármol negro Bianca se sintió mujer como nunca.
Su propio cabello parecía tener vida, como si fueran serpientes que reptaban por su cabeza y cara. Sus pechos duros guiados por sus pezones señalaban al techo, y su entrepierna era un río revuelto donde la vida se abría paso.
Bianca no podía dejar de mirar a ese hombre que se acercaba a ella y que se desnudó sin más, su cuerpo era brillante, enérgico, vigoroso, de amplias espaldas, de pecho sin bello y vientre plano.
Sus piernas también eran fuertes, pero nada comparado con esa arma que tenía entre las piernas y que pronto penetraría en ella.
“Cómo deseó que ese hombre, o dios, o demonio, o lo que fuera, entre en mi”, pensó.
Frente a todos, gritando como jamás oyeron grito humano, el sacerdote se derrumbó voraz sobre ella, apuntando con su pene y adentrándose con total violencia.
Bianca casi lloró al sentirlo dentro, y él gritó como un animal estridente al que estuvieran degollando. Sus ojos se hicieron fuego y su cuerpo agua caliente, y se derramó entero sobre ella, que no dejaba de gemir y de gritar, presa del mayor orgasmo jamás conocido.
Fue desde el mismo momento en que ese hombre entró en ella cuando comprendió que no era un hombre sin más.
Ese que yacía sobre ella era el mismo dios del amor y del placer, capaz de hacer que todo el momento eterno se hiciera orgasmo continuado.
Él disfrutaba tanto como ella, y su pelo también pareció quemarse como el resto de él y la cabalgó delirante, mientras ella gemía y jadeaba ante cada movimiento.
El hombre, o lo que fuera, gritaba con furia loca mientras la poseía, ella, ante sus violentas sacudidas repletas de electricidad comprendió todo.
Ese hombre no era tal, ese hombre era algo maligno, supremo… placentero al máximo, sin duda era el rey de la lujuria.
Sus besos eran fuego también, y al momento agua que lo apagaba, el fuego quemaba la boca, la garganta, y el vientre entero, pero al momento, cuando salía de ella era como si un manantial de agua fresca entrara de repente, apagando y calmando...
—¡Abrid de par en par las puertas del infierno que aquí llega mi hijo y heredero!, —gritó mientras la poseía y la miraba—, enseñándole toda su vida a través de sus ojos encendidos en color naranja, ella no se asustó, todo lo contrario… y quiso más.
Él, separándose de ella cuando ella más lo necesitaba en su interior, hizo un gesto a Carlos, que les miraba absorto, casi tan maravillado como ella misma.
El sacerdote alargó su mano hacía él, y lo invitó a entregarse a la lujuria con Bianca, sobre el pentagrama invertido.
Carlos se acercó a su esposa, esa mujer no era ella… era otra persona diferente, incluso costaba trabajo reconocerla como persona.
Con su cuerpo aún convulsionado por la electricidad de ese enigmático hombre que les miraba, Bianca retozaba sobre ese suelo encendido, mostrando todas sus turgencias, todas sus curvas, y abriéndose ante él, invitadora de miles de pecados, Carlos, empujado por su nuevo dueño, penetró en su cuerpo y la amó como nunca antes lo había hecho, sin importarle nada, nadie, ni nada.
Cuando ambos terminaron de recoger las últimas lágrimas de su goce, se besaron apasionadamente, sabiendo que algo nuevo había entre ellos.
Al terminar miraron a su alrededor aquella misa negra se convirtió en una orgía, donde se entremezclaba la carne, también los fluidos, y las bocas… independientemente del género.
Fue ahí cuando se asustaron un poco, no podían comprender que hubieran hecho el amor delante de todos, menos aún que ese extraño hombre hubiera penetrado también en Bianca, virgen hasta ese momento de otro hombre que no fuera Carlos.
—No os asustéis, —les dijo acercándose a ellos, entregándoles el cáliz del que antes él mismo había bebido—, bebed de aquí.
Bebieron y olvidaron, y se dejaron llevar por los demás, que no tardaron en bajarles del altar, para ser unos más de entre tantos.
Durante horas dibujaron el sexo que siempre quisieron, pero que nunca encontraron… y no sólo entre ellos, sino con otros de a su alrededor.
Siguieron bebiendo de ese extraño elixir que les haría olvidar.
Al día siguiente, Bianca y Carlos no recordaban con certeza lo que había ocurrido la noche anterior, pero de lo que si estaban seguros era que, a partir de ese momento, su vida había cambiado para siempre.
Eran fieles adoradores del demonio, y Carlos se convirtió en ese mago que tanto quiso ser.
También pudo cumplir el deseo más grande de su esposa, ese que no escribió en el pergamino.
A pesar de su esterilidad había conseguido, por fin, que Bianca se quedara embarazada.
Lo que no sabían era que ese niño, al que llamarían Lui —Lui Cifer—, había sido engendrado a las seis de la mañana de un día seis del sexto mes de Junio…
Ya se darían cuenta... ¡Vaya si se darían!
Bianca era la elegida, era LA VERGINE NERA, madre del mesías oscuro.
A. MIRALLES.
Categories: Relatos
0 comentarios:
Publicar un comentario