Ana nunca supo que fue ese ruido que le había despertado.
¡Genial!, pensó, además de tener que quedarme castigada en el colegio ni siquiera me dejan dormir tranquila.
Se limitó a darse la vuelta para intentar seguir durmiendo, pero la luz de la luna que entraba por las ventanas sin cortinas le había desvelado.
Durante un rato se limitó a mirar a su alrededor notando algo extraño hasta que se dio cuenta de lo que era.
La enorme habitación en la que lo normal era escuchar la respiración o incluso algún ligero ronquido de alguna de sus quince compañeras se hallaba completamente silenciosa.
El único sonido era el de su propio corazón.
Ana tenía fama de valiente entre sus compañeras, no en vano su última gamberrada era la que le había llevado a quedarse ese puente castigada por las monjas en el internado, junto a varias de sus compañeras.
Saltó rápidamente de la cama y se dirigió a la cama de Sofía, su eterna compañera de gamberradas y algo más.
Se encontraba vacía.
Las sábanas parecían haber sido arrancadas de forma violenta de hecho, todas las camas parecían estar igual.
Pensó que quizás fuera una broma de sus compañeras, vengándose por el castigo, pero empezó a preocuparse.
Se puso la bata azul encima del camisón blanco que llevaba y deslizó sus pies hasta unas zapatillas del mismo color.
En este colegio parecemos todas la misma chica, somos como una secta, murmuró para sí misma.
Las ventanas de la habitación comunal estaban demasiado altas para poder ver al resto del colegio, por lo que rápidamente se dirigió a la puerta confiando en que la monja encargada no hubiese echado la llave.
tuvo suerte.
El pasillo estaba oscuro así que decidió encender la luz, pero el interruptor no funcionaba, lo que me faltaba, pensó.
Comenzó a palpar con sus manos las paredes para no tropezar, y se dirigió temblorosa hacia las escaleras, no hacia demasiado frío y la bata era gruesa, pronto fue consciente de que estaba temblando de miedo.
Esto no me gusta nada, pensó para sí mientras caminaba hacia la escalera.
Desde allí pudo asomarse para contemplar el claustro del viejo edificio el lugar donde ella y sus compañeras solían jugar durante el recreo y para qué negarlo esconderse para hacer cosas de esas que hubiesen provocado un ataque al corazón alguna de las monjas.
Ese recreo tenia mil historias que contar, allí fumaban sus primeros cigarrillos a escondidas, se daban besos entre juegos y risas que con la práctica y el tiempo se convertían en auténticos morreos donde las lenguas campaban a sus anchas.
Y como era un internado solo femenino pues allí empezaban también los primeros toqueteos, explorando sus cuerpos.
A ella le encantaba sentarse en el regazo de Sofia, en una imagen inocente de amigas.
Con la diferencia que la inocencia se perdía en el instante en que Sofia deslizaba su mano por debajo de la pequeña falda de Ana, tras recorrer sus suaves piernas acababa chocando con sus braguitas.
Ana como quien espera una visita detrás de la puerta, abría sutilmente sus piernas para dejar entrar al visitante.
Entonces este bailaba a sus anchas entre los labios húmedos de Ana, hasta que un espasmo confirmaba el clímax.
Se iban turnando, un día cada una, no había probado hombre todavía, pero Ana tenía la sensación que eso era lo que mas le gustaba.
Si el sexo ya era algo prohibido en aquel lugar, imaginar entre dos mujeres.
nada se movía, ni una luz, ni un sonido.
Sin hacer ruido no sabía por qué, pero a esas alturas prefería no llamar la atención, bajó hasta la primera planta donde estaban las habitaciones de las monjas y de sus compañeras más jóvenes, en un primer vistazo se dio cuenta de que varias puertas estaban abiertas, así que se asomó para ver si por fin veía a alguien.
Pero nada, las habitaciones estaban como la suya, vacías y desordenadas.
Sin darse cuenta cerró una de las puertas al salir, entonces notó algo en el pomo, estaba pegajoso, parecía sangre, esto término de asustarla.
Se dirigió apresuradamente hacia las escaleras, con la firme decisión de abandonar cuanto antes el edificio.
Nunca se había dado cuenta, pero los antiguos muros del colegio que antes era un convento, parecían salidos de una película de terror, no estaba dispuesta a estar ni un minuto más encerrada allí.
Sin pensárselo echo a correr escaleras abajo, al final de la escalera tuvo que detenerse sin saber si estaba dentro de un sueño o si las huellas que estaba viendo eran reales.
Dos trazos oscuros que parecían perderse más allá de una puerta cerrada, como si alguien hubiese arrastrando un cuerpo partiendo del pie de la escalera.
Por favor qué susto, que no sea más que un sueño, pensó.
Con terror abrió la puerta sin ver nada al principio, menos la estética de las huellas que conducían hacia un punto regular que había debajo de un escritorio.
Ana se arrojó sobre el bulto creyendo reconocer lo que era y no se equivocaba era un cuerpo humano casi irreconocible, excepto por la larga melena roja que apenas horas antes era la envidia del resto de compañeras, la melena de su inseparable amiga Sofía.
Ana creyó morir en aquel instante, sus lágrimas afloraron de sus ojos, nunca lo habían reconocido pero las dos estaban enamoradas la una de la otra.
De pronto un ruido transformo su dolor en miedo.
Dejando con delicadeza lo que quedaba de la pobre Sofía en el suelo se arrastró todo lo rápido que pudo hacia la puerta.
A lo lejos empezó a oír pasos que se acercaban, cada vez más y más cerca.
Su única salida era volver rápidamente al piso más alto y esconderse en cualquier sitio antes de que la atrapara quien hubiera echo eso a Sofía.
¿Por cierto dónde están el resto de mis compañeras?, pensó para sus adentros.
Se asomó a la puerta y vio la escalera como a cinco metros, pero los pasos eran cada vez más fuertes, alguien se acercaba.
Justo antes de echar a correr vio la sombra de un hombre, en la mano llevaba lo que parecía un cuchillo.
Subió todo lo rápido que pudo las escaleras con la desagradable sensación que aquellos pasos seguían acercándose.
El pasillo que llevaba a las habitaciones le pareció eterno, se giró y vio como el hombre estaba comenzando a subir, pudo distinguir que tenía una barba prominente y portaba un parche en un ojo, iba tras ella.
Al girar en la primera habitación que pudo se metió.
Estaba oscura, tan solo un poco de luz entraba por una pequeña ventana.
Debía ser uno de los cuartos de limpieza, pero no estaba segura.
Miro hacia el suelo y vio que la luz reflejaba una sombra, algo que se movía balanceándose, con un baile repetitivo.
Escucho lo que parecía el roce de algo contra la madera.
Cuando se volvió el pánico se apodero de Ana, tuvo que taparse la boca con fuerza para no gritar.
Colgada de la viga de madera en ese pequeño cuarto estaba Sor Andrea, era la encargada de la cocina.
Le faltaban los ojos y tenía la boca abierta la cual dejaba entrever que también le faltaba la lengua.
Escucho que los pasos se alejaban.
Armándose de valor abrió la puerta y salió todo lo rápido que pudo.
Corrió hasta llegar a su habitación.
Entró como un torbellino, cerrando la puerta con una silla bajo la manivela.
Agotada y confusa se alejó de la puerta caminando hacia atrás.
Cuando algo o alguien le agarro por los hombros con fuerza.
No pude evitar gritar.
…
Una voz familiar la tranquilizo.
Sus párpados se abrieron de golpe para aliviada cruzarse con los ojos de sor teresa, la encargada de su curso, todo había sido una pesadilla.
—Tus padres han venido a buscarte no sé porque, no me han dicho por qué, tal vez ha sucedido algo en tu familia, no lo sé, —le dijo Sor Teresa—, vístete rápido que te están esperando.
Extrañada Ana termino de despertar y salió de la cama.
¿Qué habría pasado?
Cuando llegó abajo su padre estaba silencioso junto a una madre superiora que no parecía de muy buen humor.
Tal vez por la incursión nocturna de la familia de Ana.
Su madre se encontraba en el asiento del pasajero con la expresión muy seria.
Eso es muy raro, siempre conduce mi madre, pensó.
Sin hacer caso de las protestas de la monja, el padre de Ana agarró a su hija por la mano y le hizo subir al coche.
Se sentó y cogió el volante, el motor había estado en marcha todo el rato y piso el acelerador.
Cuando habían recorrido unos kilómetros Ana no pudo aguantar y le pregunto a sus padres.
—¿Qué está pasando?, ¿porque me sacáis en plena noche del colegio?, —pregunto Ana—, me habían castigado, se suponía no tenía que salir en todo el puente del colegio.
—Hija ya sé que vas a pensar que estoy loca, de hecho, es lo que dice tu padre, —comenzó diciendo la madre de Ana—, he tenido un sueño horrible, sé qué esta noche va ocurrir algo terrible en tu colegio, todos erais asesinados.
Justo en ese instante se cruzaron con una furgoneta negra con las lunas traseras tintadas, iba dirección al colegio.
Le extraño por las horas y no pudo dejar de mirar, ya que se habían detenido a un lado por la estrechez del camino.
Es cuando la sangre de Ana se helo, el conductor dirigió la mirada hacia Ana y le sonrió.
Tenía barba profunda y un parche en el ojo.
A.MIRALLES.
0 comentarios:
Publicar un comentario