EXTRAÑA RELACION



Sonó mi móvil, me levanté de la cama para echar una ojeada pues me pareció escuchar el sonido de aviso que anuncia un mensaje de texto en mi teléfono móvil.
Era Carlos, el cual me invitaba como tantas veces acompañarles al centro comercial, pues habían quedado con sus nuevas amigas virtuales.
Era la nueva moda entre mi grupo de amigos, ligar por internet por medio de chat y luego quedar en persona con sus nuevas cibernovias.
Entonces es cuando llegaban las sorpresas y los desengaños, los chascos que se llevaban eran cojonudos.
Sus novias virtuales nunca eran de su agrado, nunca eran lo que aparentaban escondidas detrás de la tecnología.
Una pérdida de tiempo yo siempre me reía de ellos, criticaba este divertimento, aunque la verdad es que tenía mucho que callar, puesto que de alguna u otra forma también hacía lo mismo, pero… no, lo mío era distinto, muy distinto.
Hoy por fin y tras meses de espera la iba a conocer físicamente.
Sí, yo también estaba enamorado de ella, la chica con la que conectaba a diario sólo que mi rutinaria comunicación con ella no se basaba en mensajes de texto a través del móvil sino de algo más misterioso a la vez que romántico.
Y esta noche por fin le iba a ver rostro.
Estaba ansioso, no puede explicar lo que siento por ella, su forma de pensar sus comentarios, sus ideas.
De ella me gustaba todo, absolutamente todo, cada vez que entablábamos una conversación y no precisamente por medio de un chat virtual, mi estómago cosquilleaba, mi corazón palpitaba y en su ausencia toda mi atención se cernía sobre ella.
Sí puede sonar un poco cursi, pero lo cierto es que estaba enamorado, completamente pillado por Sara, que así se llamaba ella.
Mis amigos conocían de estos contactos con Sara y estaban muy intrigados en saber cómo habla con ella, pero no, no se lo ha dicho aún, ellos no lo entenderían, son bastante cerrados a todo aquello que sus todavía infantiles mentes no pueden comprender.
Llevábamos tanto tiempo preparando este momento Sara y yo, que los días se me hacían muy largos y parecía no iba a llegar el día, pero se acercaba más y más.
Por fin iba a reunirme con ella, eso era lo que más me importaba en este maldito mundo.
Los ricachones de mis padres estaban demasiado ocupados con su trabajo y contando los millones que ganaban como para darme las buenas noches.
Mis amigos no son más que un puro entretenimiento, te fallan a las primeras de cambio. El caso es que Sara me había abierto los ojos en muchos aspectos y la carencia de mi familia y amistades era uno de ellos.
No los necesitaba, todo sería mucho mejor con ella a mi lado por siempre jamás, además estaba decidido.
Más que decidido, era una elección difícil a la par que clara, ellos o ella.
La noche avanzaba y se acercaba a las dos y media, la hora en la que Sara y yo nos fundíamos en palabras, susurros y ese gran momento ya estaba cerca.
Muy cerca.
Mis amigos hablaban a menudo con sus amiguitas internautas por el móvil y yo lo hacía con mi Sara, ellos no podían grabar las palabras de sus amigas pues sus modelos de teléfono móvil no se lo permitían, yo sí, cada vez que en su añorada usencia me acordaba de Sara, no tenía más que introducir una de las múltiples cintas de casette que conservaba de ella en mi cadena musical y recordar su dulce voz a modo de frases cortas y en ocasiones in acabadas, esa voz es lo más bello que jamás había escuchado, mis amigos no entendían de este procedimiento aunque alguna vez les había hablado de él.
Eran las dos y veinte por lo que empecé a hacer los preparativos para la gran noche que se avecinaba.
Cerré la puerta de mi habitación, abrí el armario y extraje las cinco velas que cada noche utilizaba para ayudarme visualmente a entender a Sara y de paso le daban un toque más que romántico a nuestra particular velada.
También cogí del armario el tablero y el vaso que cada noche nos ponían en contacto a ella y a mí.
Coloqué las cinco velas en forma de estrella tal y como Sara me recomendó desde los primeros días que contactábamos y las encendí con el mechero.
Apague la luz y coloque la pequeña grabadora encima de la mesa al igual que hice con el resto de utensilios, introduje una cinta virgen en la misma y coloque el vaso en el centro del tablero.
Eran las dos y media, concentre todo mi amor por Sara en mis manos sujetando el vaso brillante a la luz de las velas con mis manos temblorosas, no podía evitar esa sensación de estar nervioso en estos momentos tan felices para mí y para ella.
El vaso comenzó a moverse, era Sara.
—Hola amor, ¿estás preparado? —se pudo leer en el tablero al moverse el vaso —.
—Aquí estoy cariño, algo nervioso, pero hoy es el gran día, —le conteste—.
—Bien, —escribió sobre el tablero—.
Después de… entonces el vaso se me anticipo desplazándose velozmente hacia el número seis.
—¡Sí, así es amor, seis meses ya!, —exclame—.
Este era mi secreto, el que nadie en mi rutinario entorno podría comprender, me comunicada con Sara a través de la ouija.
Al principio sentía miedo hasta que poco a poco fui cogiendo aprecio a esa chiquilla angelical la cual me contó qué hace cuatrocientos sesenta y seis años fue asesinada a manos de su prometido, el cual le recuerda mucho a mí según decía.
Esto sería lo que había ayudado enamorarse de mí, al igual que yo de ella, eso decía.
—Dime algo Sara, tus palabras me ayudarán, —le dije—.
—Prepara la grabadora amor mío, —me indico el vaso—.
Así lo hice, puse botón rec de mi grabadora y dejé diez minutos trabajando al aparato, ansioso de escuchar de nuevo la voz de Sara, quería que me ayudase a pasar esto juntos.
Transcurrió el tiempo, impaciente presione stop y rebobine hasta el principio, stop, play y escuche atentamente.
Silencio.
Niebla.
Mi respiración agitada.
Un chasquido, allí estaba.
 “Estaba segura desde hace siglos que acabaría contigo”, pude escuchar en la grabadora.
 Quería verla, es lo que necesitaba para dar el paso definitivo.
 —Quiero verte, —exclame—, aparece ante mí Sara para poder dar el paso.
 —No tengas miedo, —escribió Sara desde el otro lado—.
—Quiero verte Sara por favor, —le repetí ansioso—.
Silencio, calma, el vaso estaba quieto.
Transcurrieron algunos minutos eternos, no podía esperar más mi corazón estaba a punto de estallar, las velas se iban consumiendo y proyectaban extrañas sombras sobre las cuatro paredes de mi cuarto.
Se mueve, muy lentamente.
 “Pon…la…gra…ba…do…ra”, señalo el tablero.
El vaso se paró.
Presiono el rec de la grabadora, otro eterno minuto, termino el proceso, stop, rebobino, play.
Silencio y más silencio.
De pronto su voz dulce y susurrante.
—mira al espejo, —se oyó desde la grabadora con voz suave y susurrante—.
Estaba paralizado, el momento había llegado, lo que llevaba seis meses deseando, iba a ver a Sara
Alguna vez se había dejado mostrar tímidamente por un canal mal sintonizado de la tele, pero solo fugazmente y al no tener vídeo para paralizar la imagen no la podía apreciar bien.
Pero ahora podía verla de verdad yo temblaba, tenía miedo a la vez que entusiasmo, el espejo estaba situado a la derecha del escritorio en el que tenía colocado el tablero y las velas, las cuales seguían con la llama más viva que haya visto desde que la conocí.
Las velas también estaban expectantes.
Me levanté y cerré los ojos, busqué a ciegas mi cama y me senté al lado de la almohada.
Justo en frente del espejo.
Tenía los ojos cerrados y no me atrevía abrirlos, estaba nervioso, no podía evitarlo sudores fríos corrían por todo mi cuerpo.
De golpe sin más los abrí.
Hay estaba, iluminada tenuemente por la luz amarillenta de velas, una sonrisa muy tímida y los ojos negros como la más penetrante oscuridad, helaron mi sangre.
Era Sara que a través del espejo me observaba con una expresión entre alegre y melancólica, era  la cosa más bella que han visto mis ojos en veintiún años de triste existencia terrenal, pelo castaño, pequeña frente y una mirada penetrante caracterizaba su expresión ahora más melancólica que alegre, era delgada y su cintura se veía frágil muy frágil, era preciosa.
Fue en ese mismo instante cuando decidí poner fin a mi existencia, por ella y sólo por ella.
Lo llevamos preparando desde hace semanas, ella me lo pidió y yo la quería, la amaba y ardía en deseos de permanecer junto a Sara por toda la eternidad.
Así pues, rebusque en mi mesilla de noche una navaja suiza que mi padre me regaló hace un par de años por mi cumpleaños.
Estaba en una pequeña caja de madera al lado de la lámpara, sin más una vez tenía la navaja en mi mano diestra y temblorosa di un corte rápido y lo suficientemente profundo en las venas de mi muñeca izquierda y después a la derecha todo sin apartar la mirada de espejo, hicieron de los últimos minutos de mi existencia los más bellos del mundo el sonido de mi corazón se ralentiza, segundo a segundo se fundía con el goteo rápido de mis muñecas manando sangre lenta y pausadamente.
Suspiré sin apartar mis ojos de los suyos.
Me tenía atrapado, esa mirada se tornaba extraña.
Lo último que recuerdo antes de cerrar los ojos para entrar en mi mejor sueño fue que la triste sonrisa de Sara a través del espejo se convirtió de forma subliminal en la más horrible de las sonrisas.
Una malévola mueca se hizo con el rostro angelical de Sara que pasó a ser diabólico, era una expresión terriblemente vengativa.
Cuando me di cuenta de la horrible verdad, quise dar marcha atrás, pero era demasiado tarde.
Y mis ojos se cerraron.
Meses más tarde el resto de mi familia abandonó la casa y no precisamente por el crudo recuerdo de mi muerte en ella, sino por los sucesos de tipo poltergeist que en ella se sucedían de forma constante yo ponía de mi parte, pero ella, ella era la peor.
La verdad es que Sara es mucho más perversa de lo que me imaginaba en un principio, está claro que el amor afecta de tal forma a las personas que las deja totalmente ciegas. Era mala, la maldad corría por sus podridas venas, no tenía una idea buena la muy hija de perra.
Entonces una vez aquí, en este otro lado recuerdo que por eso la maté, ya que hace cuatrocientos sesenta y seis años el que escribe no poseía la misma paciencia que tiene ahora.
Eso sí, la misma soledad.

A.MIRALLES.

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