Blood House 2/2



!ADVERTENCIA!
Este Relato consta de dos partes y contiene altas dosis de erotismo, sexo explícito y terror, si no le gusta la temática o puede sentirse incomod@ y herir su sensibilidad no lo lea.                         



                                       CAPITULO 2/2

—¡maldita sea!, si es una broma ya no tiene gracia, —dije nervioso—.
—tranquilo, es un sedante, —me contesto—.
—¿un sedante?, ¿pero qué coño vas hacer?, —dije cada vez más alterado—. ¡suéltame!
—estate quieto de una puta vez, —dijo Marta cabreada—.
Saco unos alicates y trasteo mis testículos colocando algo de metal, ¡joder eso me estaba doliendo!
Después cogió una pistola para pendientes, como esas que usan en las farmacias y agarro la punta de mi pene que estaba flácido como si hubiera salido de una bañera de agua fría con cubitos.
Clic, me coloco un piercing, ¡dios como me dolía!
Seguidamente engancho una pequeña cadena de color dorado entre el aro de mis pelotas y el piercing de la punta de mi polla.
Al acabar puso frente a mí un espejo y pude contemplar su trabajo, un aro unido a un piercing en todo mi miembro.
—¿te gusta?, luego lo probaras, —dijo sonriendo—.
—¡pero estas loca!, ¡joder no voy a consentir nada de esto, bájame de aquí!, —dije elevando el tono—. No tiene gracia
—la tendrá, te lo aseguro, espera y veras, —dijo en forma profética—.
Se abrió la puerta y un hombre que parecía una vestía entro con una muchacha pelirroja maniatada y sollozando.
La lanzo contra la cama.
Ese tío me miraba con ojos de maldad y desprecio.
Marta se acercó a la muchacha y le quito la mordaza que llevaba puesta y la beso apasionadamente, como antes lo había hecho conmigo, mientras le acaricio los pechos.
Esa escena me puso cachondo, pese a la situación tan incómoda que estaba viviendo, tuve una erección.
¡Joder que dolor!, el puto piercing y el aro de los testículos me provocaron unos calambres que llegaron hasta mi nuca.
Entonces Marta me miró fijamente.
—¿te gusta Juan?, ¿te gusta para ti verdad?, —me provocaba Marta—.
No, ya no me parecía Marta tan atractiva, había algo que me desconcertaba.
La ataron y con un látigo la azotaron con fuerza, hasta que perdió el conocimiento.
Luego la subieron a un potro de tortura que había detrás de unas cortinas, el cual yo ni me había fijado.
Todo lo anterior habían sido caricias con lo que le hicieron después, la muchacha se quejaba y pedía auxilio.
Siguieron azotándola, el tío se puso detrás de ella y sin ningún tipo de cariño la penetro por detrás, dando unas embestidas que movía todo el artefacto de tortura.
Mientras, Marta le comenzó hacer cortes por los brazos, por los costados, por sus ingles, sus ojos resplandecían al ver la sangre, luego comenzó a verterle cera caliente por la espalda, para después darle la vuelta y también hacerlo en sus pezones mientras el mastodonte se la metía en la boca.
Entraron dos hombres más en la habitación.
—¡por favor!, ¡soltadme, no diré nada!, ¡juro que no diré nada!, —les supliqué sollozando—.
—Tranquilo cariño, nosotros lo sabemos, —dijo Marta—.
Lo dijo sonriendo, mientras balanceaba una copa con lo que parecía vino, aunque más denso.
Mientras con los hombres habían entrado dos mastines negros, estaban inmóviles como dos figuras de piedra, observando la escena.
—¡por favor basta ya!, ¡por favor!, —volví a suplicar—.
Pero no me hicieron ni caso.
Con el látigo volvieron a golpear con rabia a la muchacha.
Solo deseaba que todo acabara, que fuera un sueño, echaba de menos mi vacía y tétrica vida.
Marta se tumbó en la cama y la muchacha pelirroja comenzó a lamerle el sexo.
Ella se retorcía entre gemidos, agarraba por los pelos a la chica obligándola a más y más fuerte, parecía más un animal que una mujer en sus movimientos de placer.
Sin querer y viendo la escena me volví a empalmar, viéndolas ansiosas y hambrientas.
Mierda, otra vez ese dolor por el puto piercing, parecía gilipollas, pensé.
comencé a quejarme lo que hizo que Marta se acercara a mí y con sus uñas empezó a rasgarme la piel desde mis axilas hasta mi cintura, el dolor era penetrante, podía sentir el crujir de mi piel.
Entonces no pude por más que darle un cabezazo que casi me hace perder el sentido, haciéndola caer al suelo.
—ahh, me estas empezando a enfadar Juan, —dijo Marta—.
Entonces se acercó a mí, con una sonrisa peligrosa y me agarro de la cadena del piercing y empezó a balancearlo, provocándome un dolor como nunca antes había conocido, obligando a mi cuerpo a retorcerse sin poder evitarlo, arqueando todo mi torso.
—¡hija de puta!, —le grite—.
El mastodonte que había estado dando latigazos a la muchacha y ya no me acordaba de él, se me acerco y me dio un puñetazo en la boca del estómago.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente.
Abrí mis ojos temblorosos, con todos mis músculos doloridos, viendo borroso.
Sentí un ajetreo en la cama.
Tuve que poner de mi parte para darme cuenta lo que allí estaba ocurriendo, porque mi cabeza aun no coordinaba.
Vi a dos engendros alados, como animales sacados del inframundo, bebían del cuerpo degollado sin vida de la muchacha pelirroja, peleándose por ver quien se hacía con el pedazo más jugoso.
Y grite, o llore, o no sé si hice las dos cosas a la vez, creí haberme vuelto loco.
Aquellos seres detectaron mi consciencia, se acercaron hacia mi reptando por el suelo subiendo a mi cuerpo, clavándome sus garras.
—¿Qué te parece?, —dijo Marta con voz burlona igual a la del mismísimo diablo.
Me agarro la cabeza girándola hasta donde se encontraba el cadáver de la muchacha desangrado.
—¿quieres follártela ahora Juan?, mmm, —dijo Marta susurrando—, te bajaremos de aquí para que lo hagas, a nosotros también nos gusta mirar, lo hacemos desde hace siglos, desde que estamos muertos.
Ahora ya nada es igual desde aquella noche, me recorro todas las madrugadas los lugares abiertos de la ciudad, buscando victimas que los diviertan.
Me convertí en lacayo de aquellos seres y de calmar su insaciable sed.
Mis ojos ahora se tiñen de rojo como las paredes de aquella mansión, en la que soy de forma esclava… un morador más.

A.MIRALLES.


3 comentarios: