Zaragoza, invierno del 2015.
Son las 02:35 horas de la madrugada, una llamada al 091, lleva a los agentes Jesús y Daniel hacer una visita al domicilio de una señora que ha llamado asustada.
Los agentes se presentan en el domicilio y llaman a la puerta.
Toc,toc,toc.
—¿oiga hay alguien?, ¿hola?, ¡somos la policía!, —dice Daniel golpeando en la puerta—.
Nadie contesta, no se oye ningún ruido en el interior.
—¿seguro que es aquí?, —dice Jesús—.
—seguro, el 144 de paseo independencia, 4ºB, —le contesta Daniel—.
—pues no parece haber nadie, —dijo Jesús—. Seguro que se han dormido, son mas de las dos de la madrugada.
—pues no podemos irnos sin más, han llamado alertando, si no no estaríamos aquí, no podemos irnos sin más, ¿Cómo se van a dormir?, —insiste Jesús—, bueno, vamos a bajar al coche y llamamos a la central que nos aseguren que es aquí, ya me estás haciendo dudar.
Los agentes se dan media vuelta y comienzan a bajar por las escaleras, cuando están llegando al piso inferior alguien abre la puerta a la que habían estado llamando.
—hola buenas noches, —contesta la voz de una señora mayor—.—hola, ¿nos ha llamado usted?, —dice Jesús—.
—si, he sido yo, pero seguro que no es nada, —contesta la señora con voz
desconcertada—, no debería haber llamado, no debería de haber molestado, seguro que no es nada.
—no es ninguna molestia señora, para eso estamos, —contesta Daniel—. díganos cual es el problema.
—ojalá pudiera, —dije la señora—.
—¿perdón?, —dijo Jesús—.
— Bueno qué qué qué qué puede haber algo en mi casa, aquí dentro, —balbuceo la señora—.
—¿Algo?, ¿querrá decir alguien?, —contesto Daniel—.
—no, no, —dijo la señora—, es decir no lo sé, lo siento de verdad no debería haberles llamado.
—señora, déjenos entrar y echamos un vistazo, —insistió Daniel—, si ha entrado alguien lo encontraremos.
—no, es imposible, —dijo la señora—, es imposible que nadie haya entrado en mi casa.
—pero usted acaba de decir…—dice contrariado Jesús—.
—se lo que acabo de decir, —repitió la señora—, hay algo en mi casa, pero no es nadie, nadie ha podido entrar, cierro siempre a conciencia y nunca salgo de estas cuatro paredes.
—¿señora que edad tiene?, ¿esta bajo los efectos de alguna medicación?, —le pregunto Jesús—.
—tengo 60 años y no, no estoy loca, —contesto enfada la señora—, ya les e pedido disculpas por molestarles, no volverá a ocurrir.
—Perdone no pretendía…—dijo Jesús—.
Los agentes se miraron el uno al otro, sin saber bien qué decir, se encogieron de hombros y dieron media vuelta en dirección a las escaleras.
—¿Qué raro no?, —dijo Daniel—.
—¿raro?, —contesto Jesús—, como se nota que eres nuevo, la soledad es terrible para este tipo de personas.
De repente cuando solo habían comenzado a descender por las escaleras la puerta se volvió abrir y apareció la señora gritando.
—¡oigan!, ¡vengan rápido!, —grito la señora—. ¡acaba de pasar de nuevo, voces en el baño, golpes, hay algo ahí, se han encendido los grifos y se ve una sombra por debajo de la puerta, se lo juro!
—¿La ha abierto?, —pregunto Daniel—.
—no, no, —dijo la señora—.
—¡es verdad se oye el grifo!, —dijo Jesús—.
—bien, apártese señora, —dijo Daniel—.
El agente intento abrir la puerta sin éxito.
—¿vive usted sola señora?, —pregunto Daniel—.
—Si, soy viuda desde hace 10 años, —contestó la señora—.
—¿mira eso Jesús?, —dijo Daniel—.
Por debajo de la puerta empezaba asomar una tenue capa de vapor, Daniel se agacho a mirar por la rendija que quedaba de la puerta al suelo y pudo distinguir una sombra que se movía en el interior.
—¡policía!, ¡abra esta puerta!, ¡abra y salga lentamente!, —dijo Jesús exaltado—, no lo voy a repetir abra la puerta.
El agente retrocedió unos pasos y se lanzó contra la puerta del cuarto de baño, el pasador que estaba enganchado por dentro cedió ante el impacto, sin embargo, el interior aparecía ahora en la más absoluta oscuridad, sin rastro de vapor y con los grifos perfectamente cerrados, allí no había nadie.
—¿tú lo has oído no?, —dijo Jesús—.
—Lo he oído y lo he visto, —contesto Daniel—. Había luces se veía algo moverse dentro.
—¿esto le había pasado antes señora?, —le pregunto Daniel—.
—No, bueno quiero decir no con tanta violencia, —dijo la señora—, pero hace dos semanas que oigo voces, siempre salen del baño y parece ser una mujer, los grifos se abren prácticamente cada noche, hoy no podía soportarlo más y les he llamado. no son imaginaciones mías ustedes han sido testigos.
—Tranquilícese señora, —dijo Daniel—, vamos a echar un vistazo por el resto de habitaciones si no le importa.
Los dos agentes de policía registraron todas las habitaciones de la casa, todo parecía normal, aunque una capa de polvo y un olor nauseabundo parecía extenderse por todo el apartamento, sin embargo por educación y dada la situación lo obviaron y procedieron a tranquilizar a la asustada señora.
—Bueno no parece haber nadie, —dijo Daniel—.
— Eso ya se lo he dicho yo, —contesto la señora—.
—De todos modos, lo que vamos a hacer es esperar un rato en la calle, estaremos por aquí cerca, así además tendremos tiempo para pensar en lo que vamos a poner en el informe, —le dijo Jesús a la señora—, si vuelve a escuchar cualquier cosa no dude en llamarnos, ¿de acuerdo?
—Vale, así lo haré, de todos modos, hace dos semanas que no duermo bien y no creo que pueda coger el sueño después de todo esto, —dijo la señora—.
—Inténtelo, ¿quiere que llamemos a alguien?, ¿tiene hijos o algún familiar?, —le pregunto Daniel—.
—no, no, —dijo la señora—, no tengo a nadie, pero estaré bien.
— De acuerdo, pues buenas noches y disculpe lo de la puerta del baño, —dijo Daniel—.
—No pasa nada, gracias y buenas noches, —dijo la señora—.
Cuando procedían a bajar y justo acababa de cerrar la puerta la señora, está la abrió repentinamente y salió gritando.
—¡dios mío, ¡otra vez!, ¡está ahí otra vez!, —grito la señora—.
El agente Jesús, incrédulo y sobresaltado optó por desenfundan su arma, acercándose de nuevo a la puerta del baño.
Procedió a girar el pomo de la puerta, pero estaba cerrada.
—¡es imposible el pasador quedó destrozado antes!, —dijo Daniel—.
—Señora no se mueva de aquí, vamos a bajar al coche a por una linterna de paso pediremos por radio el apoyo de otra patrulla, por qué esto no es normal, volvemos en un minuto, —dijo Jesús—.
—Bueno no tarden, no quiero quedarme aquí sola, —dijo la señora muy asustada—.
Comenzaron a descender con rapidez las escaleras de aquel edificio gris y desangelado, las paredes de los pasillos aparecían salpicadas de manchas de humedad, a la altura del segundo piso una puerta se abrió al paso de los agentes.
—¡oigan!,¿pero que es este jaleo?, son casi las tres de la mañana, —dijo la mujer que había abierto la puerta—.
—No se preocupe señora, vuelva a la cama, su vecina tiene un problema, pero ya estamos en ello, —contesto Jesús
—¿mi vecina?, —dijo la mujer—.
—Si justo encima de usted, —le dice Daniel—.
—No, eso es imposible, —dijo la mujer—, encima no vive nadie, está vacío.
— no mujer, nos referimos a la vecina de arriba, gafas, pelo blanco recogido, —dijo Daniel—, nos ha llamado hace un rato porque estaba muy asustada.
—¿pero?, ¿qué está diciendo?, —dijo la mujer—, me está describiendo Adela, pero no puede ser.
—no sé cómo se llama la verdad, es que no se lo hemos preguntado, —dijo Daniel—, ¿pero como que no puede ser?
—Adela, me está describiendo Adela, pero no puede ser, —continúo diciendo la mujer—, Adela murió hace dos semanas, tuvo un accidente en casa.
La cara de los agentes palideció.
—¿Cómo que un accidente?, —pregunto Jesús—, ¿Qué clase de accidente?
—Dijeron que resbaló en la bañera, se golpeo la cabeza y pasaron varios días hasta que nos dimos cuenta de que algo pasaba, porque comenzamos a tener filtraciones de agua y empezó aflorar un olor nauseabundo, —relato la mujer—.
—no, no, no puede ser, —balbuceo Daniel—.
Los agentes emprendieron de nuevo una frenética subida hasta el cuarto piso, al llegar la misma puerta que hace unos segundos permanecía abierta de par en par, ahora aparecía cerrada, acercando su cabeza a la puerta comprobaron como en el interior solo se percibía un silencio sepulcral.
—¡oiga!, ¿Adela?, —dijo Daniel—, ¿hay alguien ahí?
No recibieron contestación y decidieron llamar a central para confirmar la llamada.
—central, ¿puedes confirmarme la dirección de la llamada de socorro?, —pregunto Daniel—, una cosa más, por favor vuelvan a llamar al número de origen.
Los datos eran correctos, pero nadie supo explicar lo ocurrido aquella noche.
El informe de la policía zanjó el asunto achacándolo algún tipo de error de interpretación, sin embargo, aquel error había hablado con dos policías, aquel error llevaba días muerto, aquel error jamás descansaria.
Ring, ring, ring.
—Policía, 091, dígame que ocurre, —contesto al teléfono la voz de un agente—.
—¡oigan, por favor, pueden ayudarme!, —contesto la voz de una señora asustada—, socorro.
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